Agotada por el día anterior, casi ni me importó que el hotel fuera ruidoso y que una de las ventanas de mi habitación careciera de cortinas y diera directa a una farola. Esta vez tocaba levantarse pronto y afortunadamente puse la alarma del móvil, porque el teléfono de la habitación tampoco sonaba. A esas horas todavía no había desayuno, así que nos dieron una bolsita por si nos daba hambre y nos metimos en el autobús.
Eran tres horas de camino y la mayor parte me las pasé durmiendo, salvo en la última tanda, porque estaba amaneciendo y me apetecía ver el paisaje. Cuando al fin llegamos a Pompeya ya era de día y nos dieron un desayuno rápido en el restaurante de un hotel antes de entrar en la ciudad.
Ya desde el inicio me impresionó muchísimo. Como estuvo enterrada bajo 7 metros de ceniza, se ha conservado muy bien.
Lo bueno de ir en pleno invierno, fuera de fechas señaladas como puentes y vacaciones de Navidad, es que estaba muy despejado de turistas y podíamos apreciarlo todo sin gente por medio ^^. Es una circunstancia afortunada que me ahorró muchas colas a lo largo de todo el viaje...
Lo primero que visitamos fue un teatro, que estaba genial.
Luego visitamos una de las calles principales. Tenían rocas altas en medio que eran como pasos de peatones, porque para limpiar las calles las inundaban y así podían pasar sin mojarse las sandalias. También nos mostraron puestos de comida rápida (sí, tenían comida rápida) y panaderías. La mayoría de los demás negocios no tienen mucha idea de qué son, porque no se conservan pistas arqueológicas que nos digan qué se vendía en ellos. También vimos una de las casas de los ricos, con su magnífico patio.
Ya veis, por las fotos, que lo único que faltan son los techos, que se quemaron por el calor generado por el volcán. Luego llegamos a las termas y mi nivel de alucine se incrementó todavía más. Se conservan hasta parte de los frescos originales. Vimos la sala de masajes, la parte caliente y la parte fría...
Pero, sin duda, la visita más curiosa fue el prostíbulo. Lo llaman lupanar porque las mujeres se ponían a aullar en el balcón para atraer a los clientes. El interior tenía pinturas con varias posturas que hacían de carta de servicios: así, los extranjeros que llegaban no lo tenían difícil para decir qué querían. Y las camas eran de piedra, para que se fueran rápido.
Luego volvimos a la calle y vimos fuentes, más casas y las señales que indicaban cómo llegar al prostíbulo: más explícito imposible.
Y llegamos a la zona principal, que es de lo más impresionante. Había una fábrica de tejidos, templos... En una de las zonas que mejor estaban tenían almacenados restos arqueológicos, incluidos algunos vaciados de molde que muestran a los habitantes de Pompeya en el momento de su muerte. Escalofriante.
Después, lamentablemente, tuvimos que abandonar Pompeya (yo me hubiera quedado ahí todo el día y hubiera visitado todo lo que nos quedó por ver, pero bueno, el programa incluía más cosas) y nos dirigimos a Nápoles. Estaba lleno de andamios y apenas nos dieron tiempo libre, pero aun así me dio oportunidad de ver la plaza, una preciosa galería, el castillo de los Borbones... Además de comerme un postre típico, calentito y delicioso (no debí hacerlo, pagué las consecuencias en el ferry).
Al poco estábamos embarcados rumbo a Capri. Señor mareo que me pillé, por suerte llegamos a puerto antes de que el contenido de mi estómago escapara... La isla no tiene más interés que el ser preciosa y que se ha convertido en el paraíso de los ricos. Por suerte, no es verano y estaba muy tranquilito. Subimos en minibus a un precioso restaurante y comimos arroz a la marinera, calamares fritos y tarta de chocolate (yo tenía el estómago hecho polvo y apenas probé bocado, pero estaba rico). Luego nos dejaron tiempo libre y fuimos a un parque con unas vistas preciosas, tras lo cual volvimos a bajar en un tren que iba por una cuesta tan empinada que parecía una montaña rusa.
Después de Capri, volvimos a embarcar (precioso atardecer: parecía que nos movíamos por un paisaje de nieve rosada y a ratos no se distinguía el mar del cielo, dando una sensación de lo más onírica) rumbo a Nápoles, donde cogimos el autobús. Como era de noche y no se veía nada volví a dormirme hasta que llegamos a Roma, donde cenamos una rica pizza. Al llegar al hotel ¡sorpresa! no había wifi. Problema que, el día que me fui, aún no se había solucionado. Así que tuve que llamar a casa para saber si había aprobado el teórico de conducir (afortunadamente sí) antes de dormirme, una vez más tan agotada que ni noté la luz de la farola en toda la cara ni los ruidos del hotel.
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