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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

sábado, 28 de julio de 2018

Escapada a Patones (con Senda ecológica El Barranco)

Como ya dije en la entrada sobre la ruta a caballo, aprovechamos para visitar Patones, uno de los pueblos de la Ruta del Agua que mi madre quería visitar, pues estaba cerca de donde se realizaba la experiencia. Menos mal que el objetivo principal del día había sido dicha ruta a caballo, porque si llegamos a tirarnos una hora de viaje solo para visitar el pueblo nos habríamos cabreado muchísimo. Y es que decepcionante es quedarse cortos. Pero empecemos desde el principio.
Reconozco que la hora no era la más apropiada. Llegamos a Patones sobre las 13:30. Lo cual, en pleno julio, es sinónimo de mucho calor. Pero que mucho. Aunque el sol pegaba bastante, dejamos el coche en Patones de Abajo para hacer la...

Senda ecológica de El Barranco

Patones (con Senda ecológica El Barranco)
La verdad es que resulta espectacular. Aunque claro, cuesta arriba y con la solana resulta dura, incluso aunque está habilitada para peatones (se supone que las bicis no pueden pasar, aunque nos cruzamos algunas). Por suerte es cortita, no llega al kilómetro de largo, y tiene algunos bancos en los que hay una sombra maravillosa.
A lo largo de la ruta, se ven acueductos y supuestamente una cueva de interés (la verdad, no me fijé en ninguna que pareciera especial).
Llegados arriba encontramos la primera pista de lo que íbamos a encontrar: un sacacuartos para turistas en forma de aparcamiento de pago improvisado, aderezado con unas chicas repartiendo flyers de restaurantes. Y ya estábamos en...

Patones de Arriba

Lo primero que encuentras al llegar al pueblo es un puesto de abalorios (de los que venden en las ferias medievales) y la antigua ermita, que hace las veces de Oficina de Turismo. Muy cuca. Teníamos dos objetivos: ver el pueblo y encontrar una panadería donde comprar el pan que acompañaría a los fiambres que habíamos llevado para comer. No somos muy de restaurantes, sino de comer mientras exploramos. Así que pensé: "En la oficina de turismo me dirán qué se puede ver y, de paso, pregunto dónde podemos comprar pan". Esto fue básicamente lo que me dijo la chica que me atendió: 
  • Que en verano a Patones hay que ir de noche para cenar en uno de los numerosos restaurantes y ver las estrellas, pero que a esas horas, con ese calor, no nos recomendaban hacer ninguna de las rutas que salían del pueblo.
  • Que no tienen nada remotamente parecido a una panadería, que si queríamos pan tendríamos que ir a uno de los numerosos restaurantes y pedir algo, que seguro que la tapa de acompañamiento llevaba pan.
  • Que lo único que podía recomendarme era que visitara los puntos del mapa que me tendió, que lo ideal era perderse y descansar en uno de los numerosísimos restaurantes del pueblo.
ermita de patones y casas típicas del pueblo
Vale, lo pillamos, había muchos restaurantes en el pueblo. Aunque en realidad no lo pillamos en toda su magnitud, porque aun así nos sorprendió que fuera CASI LO ÚNICO que había en el pueblo. Restaurantes y más restaurantes. Una fuente y un lavadero. Una vista panorámica del pueblo que no se veía porque los árboles eran tan frondosos que la tapaban. Más restaurantes. Una casa típica que contenía una tienda de regalos (nada artesanal, todo se podría encontrar en cualquier chino mucho más barato) y que no solo no estaba amueblada, sino que para colmo lo único que había era un cubo de pintura vacío. Más restaurantes. Otra tienda de regalos en liquidación por cierre que, según entendí, también tenía una zona de terraza y restauración. Más restaurantes. Casas en venta a cada paso. Y muchas cuestas. Y más restaurantes. Todo muy bonito, sí, si pasabas por alto que resultaba demasiado artificial, como un decorado. Es lo que tiene un pueblo que se compone únicamente de restaurantes y de trampas para turistas, que carece de autenticidad. Para ir, verlo y largarse sin dejarse un duro.
Vamos, que a los 20 minutos ya habíamos renunciado y estábamos haciendo la ruta a la inversa para ir a...

Patones de Abajo

Fue una experiencia flash. Buscamos una panadería, no había nada abierto. Lo que vimos no tenía ningún encanto, ni siquiera artificial. Nos negábamos a comer en un restaurante, así que decidimos que comeríamos tarde, pero en casa, y tomamos un helado y una cerveza en un bar (más que nada por entrar al baño antes del largo viaje de regreso) donde nos atendieron fatal. Abandonamos el pueblo de bastante mal humor, con la firme intención de no volver y pensando que pasaríamos hambre durante la hora y pico de trayecto. Por suerte llegamos a Torrelaguna. Pero eso es otra historia, que contaré en otra entrada después de mis vacaciones.

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sábado, 21 de julio de 2018

Montando a caballo en Torrelaguna

Tenía la espinita de montar a caballo desde hace años. Ya sabéis que yo soy de las que piensa que el miedo se supera con tratamiento de choque y yo a estos animales les tenía terror. 

La anécdota: el origen del miedo a los caballos

Ese miedo viene de mi última granja escuela, cuando era pequeña. Había dos colas, una para subirse al caballo y otra para subirse al burro, no mucho tiempo, solo unos minutos. A mí me tocó la cola del burro primero y (sospecho, aunque nunca se pudo probar) mis encantadores compañeros de clase, siempre buscando nuevas maneras de atormentarme, asustaron al bicho en cuanto me monté. Pasé una angustiosa eternidad agarrada como pude encima del animal, que salió disparado y no se dejaba coger por los monitores. Para haberme matado. Cuando lograron frenarlo y bajarme, me ofrecieron subir al caballo y simplemente no pude. Si lo había pasado así de mal en el burro, que era más pequeño, ¿qué no podría pasarme en el caballo, que es un bicho más grande? Desde ese día, me mantuve lejos de burros y caballos. Hasta el sábado pasado.

Superando mis miedos

El caso es que mis compañeros de trabajo me regalaron una Wonder Box junto a una mochila de Mokona (¡sí, esa que no encontraba en ningún lado, ni siquiera en Japón!) y decidí canjear la experiencia por una hora montando a caballo en la finca Paraíso.
Me llevé a mi madre porque así aprovechábamos para visitar un pueblo de la zona, Patones, que está en la Ruta del Agua de Madrid, una guía cuyos pueblos siempre ha querido ver (ya hablaré de la decepción). Además, el cupón era para dos. 
montando a caballo en torrelaguna
Llegamos un poco pronto y la experiencia comenzó con bastante retraso, así que tuvimos que esperar un buen rato sentadas en un banco, mirando los animalillos (tienen varios pavos reales, uno de ellos blanco, además de cabras, un cerdo que parece albino, conejos, perros...). Cuando por fin empezó, mi madre se rajó y me dejó sola ante el peligro. Por suerte, me tocó montar a Luna, que es superbuena y supertranquila.

Cómo fue la experiencia a caballo

Nos explicaron los rudimentos y dimos unas cuantas vueltas en una zona cercada antes de salir a la ruta en sí (el entorno, por cierto, es bastante bonito) con un monitor. Estaba muy alto, pero superado el pavor inicial resulta hasta cómodo estar en la silla con ese ligero bamboleo. No me resultó difícil montar, aunque hay que estar muy pendiente, porque los caballos quieren pararse a comer constantemente y tienes que dominarlos si no quieres que se te suban a la chepa. 
Afortunadamente, yo conseguí que Luna me hiciera caso sin demasiado esfuerzo (aunque tenía mucha fuerza, la jodía) tanto para evitar que comiera como para que acelerara o parara cuando le indicaba. La pareja que hacía la ruta conmigo tuvo algunos problemas para evitar que los suyos se pararan constantemente, así que eso me motivó bastante.

Luego, tras finalizar la ruta, nos ofrecieron un pequeño refrigerio, que tomamos agradecidos a la sombrita (la ruta era a media mañana, pero ya pegaba el sol y yo, aunque me había untado de crema factor +50 para alergias solares, ya estaba sufriendo mi alergia al sol). Tras eso, mi madre (las fotos y el vídeo las tomó ella, por supuesto) y yo nos fuimos a Patones. Ya hablaré de ello próximamente.

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miércoles, 18 de julio de 2018

De regreso, un relato corto

Quinto relato breve con las palabras de Vuestras consignas, mi relato. Tocaban dignidad, herrete y descontantinoplización.

De regreso

Los herretes de sus zapatos hicieron pitar el detector de metales, lo que le hizo recibir una mirada colérica del guardia de seguridad. Se los quitó con dignidad y los puso en la cinta; solo faltaba tener algún problema ahora, que se marchaba de esa ciudad que había amado tanto. Mucho más que al hombre por el que se había mudado a ella y que, ahora que se había cansado de su amante, había movido hilos para que le denegaran la renovación de su permiso de residencia y tuviera que volver a su patria.
Por fin pasó los controles de seguridad y tomó el avión rumbo a España. Pensó que el proceso de descontantinoplización sería duro, pero el cálido recibimiento que le dieron sus familiares la hizo sentir como si hubiera despertado de un sueño terrible en un lugar maravilloso y por fin hubiera vuelto al lugar al que pertenecía. Por eso, cuando él se arrepintió de haberla dejado y le ofreció la posibilidad de volver a vivir juntos, ella le dijo que no. Volvería a Estambul, sin duda, pero como una turista anónima que se perdería entre sus calles y las disfrutaría sin tener que seguir los horarios y los caprichos de su exigente amante. Y es que él, al dejarla, le había hecho descubrir dos verdades: que más vale sola que mal acompañada y que, aunque Estambul era su amor, España era su hogar.

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