Para este relato mezclo dos consignas: "Un personaje se despierta con una cicatriz enorme y no sabe cómo se la ha hecho. Haz que recupere sus recuerdos durante el relato hasta que al final descubra la verdad". Y "Tu protagonista es una guerrera entrenada desde pequeña, pero ha descubierto que quiere cambiar de vida".
La cicatriz
Despertó con una resaca de campeonato y una dolorosa cicatriz en el brazo. La resaca no le extrañaba, porque últimamente se pasaba mucho con la bebida cuando estaba de permiso: es lo que tiene darte cuenta de que llevas desde pequeña entrenando para ser una gran guerrera y que, cuando por fin consigues un puesto fijo en el ejército, te das cuenta de que no hay enemigos con los que luchar desde hace décadas y de que odias la aburrida vida castrense tanto que hasta envidias a las civiles.
Pero la cicatriz era otra historia: la había hecho una hoja afilada, lo cual quería decir que se había peleado con alguien. Pero no había hecho ninguna muesca en su cinturón, lo que quería decir que no había matado a nadie, sino que había hecho huir a su adversario. Frunció el ceño. En esa ciudad, era muy peligroso no saber con quién tenías cuentas pendientes.
Como todavía tenía otro día de permiso, decidió volver a la taberna para tomar algunas cervezas que hicieran bajar su dolor de cabeza y una lagartija tomando el sol en la pared le hizo recordar algo. Cuando había empezado a beber la noche anterior, unos dracónidos habían entrado en el local. Esos humanoides reptilianos la ponían de los nervios y bien podía haber peleado con ellos. No eran peligrosos en el combate cuerpo a cuerpo, pero tenían fama de vengarse de las afrentas de maneras muy retorcidas.
-Maldita sea, ahora tendré que andar con mil ojos -gruñó, para sí misma. Pero no, luego cayó en que se habían marchado poco después y ella había seguido bebiendo sola hasta que el tabernero la echó porque quería cerrar ya el local. ¿Dónde se había hecho la cicatriz, pues?
-Menos mal que te encuentro -dijo entonces una voz a su espalda-. ¿Te has decidido ya?
-Que si me he decidido... -repitió, girándose hacia su interlocutor. De pronto, la visión de ese petimetre sonriente le hizo recordar el resto de su noche. De vuelta al cuartel, se había topado con un trío de ladrones asaltándole y había tenido la loca idea de ayudarle enfrentándose a los tres. A pesar de la borrachera, casi como de milagro, les había ahuyentado recibiendo solo una cicatriz por su insensatez. Motivo por el cual el petimetre, que en realidad era detective privado, le había propuesto que se convirtiera en su escolta personal.
-¿Cómo diablos has conseguido seguir vivo haciendo esa clase de trabajo? -se le escapó la pregunta tras mirarle de nuevo de arriba a abajo.
-Eso mismo me preguntaste ayer y, como te dije, tenía un buen escolta que decidió que su carácter y el mío son incompatibles y me dejó tirado en medio del caso -respondió el petimetre con paciencia-. Así que, ¿aceptas? El sueldo es mucho mejor que el que ganarás como soldado y, aunque es un trabajo peligroso, sin duda es más divertido que ver la vida pasar en el cuartel haciendo instrucción y desfilando sin que haya guerras a la vista.
Ella alzó una ceja: el tipo no era tan tonto como parecía porque la había calado a la primera. Era, además, una oportunidad para cambiar de vida, aunque tampoco era tan tonta como para aceptar sin más.
-Háblame un poco más de ese trabajo -le dijo. Negociaría, averiguaría más cosas sobre él para no lanzarse a lo loco y tomaría una decisión. Sería un riesgo en cualquier caso; aunque con sueldo bajo, los soldados tenían un trabajo de por vida. Pero ella era una gran guerrera y no soportaba la vida castrense así que, ¿por qué no?
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia