Kili odiaba a todo el mundo. A sus padres, que le contaban batallitas de cuando estaban en el grupo rebelde pero que se habían alegrado cuando la rechazaron en el ejército. A Lina, a quien sí habían admitido. A Arled, que no se sentía atraído por ella. A ese mago estúpido que le había confirmado que había algo especial en ella, pero que era demasiado débil y que probablemente no merecería la pena despertarlo. Les odiaba a todos.
Necesitaba perderles de vista, así que se internó en el bosque. Los rebeldes habían vivido en él durante más de dos décadas, pero los aldeanos seguían teniendo miedo al lugar y la miraban como si fuera una bruja cuando se internaba entre los árboles.
-Malditos ignorantes idiotas -murmuró para sí-. No les soporto, ¡ojalá se murieran todos!
Entonces apareció el unicornio. Era la criatura más hermosa y sobrenatural que hubiera visto nunca, y su mera visión hizo que su cuerpo vibrara, de pronto repleto de... algo. ¿Sería verdad que los unicornios tenían la habilidad de conceder el Don de la Magia? No era de extrañar que los dioses hubieran sido desterrados de su mundo; esas criaturas eran divinas en sí mismas y solo deseaba arrodillarse y hacer lo que deseara.
Pero la criatura no deseó nada. Se limitó a marcharse, altanera. Kili intentó seguirla, pero fue inútil. Desconcertada, y con su cuerpo aún vibrando, se quedó allí un buen rato, soñando con lo que podría hacer con el poder que posiblemente le acababa de ser concedido. Les daría una lección a todos. Se convertiría en una cazadora de pegasos y dragones. Mararía al rey, a su Consejero de Magia y a esa horrible chica con tanto poder.
Kili frunció el ceño ante esos últimos pensamientos. El rey era un buen tipo, hasta a ella le caía bien. Del Consejero de Magia apenas sabía nada, y esa chica... ¿quién era esa chica? Además, ¿qué ganaba matando pegasos y dragones? ¿Y realmente había pensado en hacerle daño a su gente?
Preocupada, corrió fuera del bosque, decidida a buscar al mago y a contarle lo que había pasado. El unicornio la observó marchar, frustrado por no poder matarla. No podían hacer daño a los humanos, habían hecho un juramento. Pero nada les impedía entregarles un gran poder y manipularles para que se hicieran daño a sí mismos o mutuamente o, lo que era mejor, dañaran a sus enemigos principales.
Estaban bien atentos para buscar a humanos repletos de odio que pudieran servir a sus fines para entregarles el don de la magia y dirigirles en la dirección correcta. No obstante, por alguna razón, los tres o cuatro que habían captado se asustaban de sus propios pensamientos y pedían ayuda, precisamente, a aquellos con los que los unicornios querían acabar. Lo cual acababa engrosando las filas enemigas con magos de primer nivel.
No es que fueran peligrosos para los unicornios, después de todo, ellos les habían dado el Don. Pero este había sido su último fracaso, tendrían que cambiar de táctica. Tenían tiempo, y paciencia. Encontrarían la forma y, entre tanto, seguirían haciéndose más y más poderosos. Tarde o temprano, sustituirían a los dioses que habían sido desterrados y el mundo sería suyo, sin interferencias de otras razas.
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