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martes, 18 de julio de 2023

Relato: El óleo sagrado de los herejes

La consigna de hoy era: Utiliza las palabras «quebrar», «óleo» y «extinción» en tu relato. 

 El óleo sagrado de los herejes

Eran gente dura, difícil de quebrar. Había perseguido a esa secta al borde de la extinción y aun así no había conseguido que ninguno de ellos le explicara cómo realizaban ese óleo sagrado que se untaban y parecía concederles una gran resistencia y una vida mucho más larga que la de cualquier mortal. Había replicado todos los ingredientes menos uno, así que su propio óleo era inútil y no conseguía nada a pesar de empaparse con él a diario.
Se le acababa el tiempo, necesitaba esa receta. Nada deseaba más que no morir, y era viejo. Haría lo que fuera para conseguirlo, incluso llevar al límite sus competencias, y más cuando apenas quedaban ya herejes, por lo que no sabía cuándo se le presentaría otra oportunidad de interrogar a uno. Así que dejó de lado las pequeñas torturas físicas y el tormento psicológico para proceder con las amputaciones, aunque estaba expresamente prohibido derramar la sangre de los herejes. 
Le pillaron, claro, y todo para nada, pues el hereje no dijo palabra antes de que le asfixiara por piedad. Con él, que se había saltado las reglas, no la tuvieron: le cortaron la lengua, le sacaron los ojos, reventaron sus tímpanos y le abandonaron en medio de un monte. 
Pensó que moriría pronto, pero no. El ingrediente secreto del óleo era la propia sangre de los herejes, que adquiría un poder especial al entrar en contacto con el resto de ingredientes. Una sangre que le empapó mientras torturaba al prisionero y que se juntó en su piel al aceite en el que se empapaba a diario. 
Quiso volver al templo y decirles que por fin había descubierto el misterio pero ¿cómo hacerlo, sin ojos, sin oído y sin lengua? Entonces entendió que sus superiores ya conocían el secreto, de ahí la prohibición de derramar sangre hereje, de ahí un castigo tan cruel para los que lo hicieran. Ciego, sordo y mudo, no podía comunicar a los demás su descubrimiento, ni tenía razones para vivir. De pronto, haber alargado su vida, su mayor deseo durante años, era ahora el mayor de los tormentos.
Le esperaban largos meses hasta poder morir de forma natural, pero entonces palpó un árbol y se dio cuenta de que con su capa haría una excelente cuerda. No lo dudó un segundo, nada deseaba más que morir.
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