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miércoles, 19 de marzo de 2025

Relato ilustrado: Mar adentro

portada para el relato Mar adentro
Les habían destinado a una estación científica mar adentro, y los tres se habían llevado a sus familias con ellos, una decisión desconcertante, porque no era lo habitual. Después de todo, eran científicos del más alto nivel y podían permitirse mantener a su gente mientras pasaban unos meses en medio de la nada.
La estación contaba con todas las comodidades, provisiones casi infinitas, una biblioteca de entretenimiento inabarcable, comunicadores de última tecnología e instalaciones deportivas. No obstante, miraras donde miraras no había mar y nunca pasaba nadie por ahí, por lo que, aunque hubiera espacio de sobra, era inevitable sentir cierta claustrofobia.
Ni la esposa, ni los dos maridos, ni los muchos hijos del equipo científico estaban contentos con la situación. Se habían resignado, por supuesto, pero en el ambiente subyacía una cierta hostilidad hacia aquellos que les habían encerrado. Al menos, hasta que empezó la guerra.
Fue sin previo aviso, inesperada para todos, pero escaló tan rápido que pronto abarcó a todos los países del planeta. Las familias, pendientes todo el día de las noticias, observaron anonadadas cómo las hostilidades iban en aumento, con armas cada vez más sofisticadas. Ya no había hostilidad hacia los cabezas de familia que les habían llevado hasta allí, sino agradecimiento por poder vivir ese horror desde detrás de la pantalla y no en directo.
Finalmente, se lanzaron las bombas definitivas y se hizo el silencio. La radio interna de la red científica, sin embargo, siguió funcionando. La expedición a los polos fue la primera en ponerse en contacto. Luego, el experimento de la ciudad subterránea ubicado en un lugar remoto del Himalaya, el equipo de arqueólogos que se había internado en la selva en busca de una civilización perdida y muchos otros.
Todos ellos, en sus respectivos países, habían sorprendido a colegas y extraños al solicitar que sus familias formaran parte de la expedición, incluso había dos familias de astronautas que experimentaban cómo sería la vida en el espacio dentro de una Estación Espacial.
En su momento, les habían tachado de excéntricos, pero nadie había unido los hilos. Ahora, no quedaba nadie para unirlos, salvo las propias familias que se habían sentido traicionadas por ser arrastradas a lugares tan recónditos y ahora solo podían agradecer su propia salvación, preguntándose cómo y por qué.
Los científicos, sin embargo, también estaban un poco desconcertados. Ninguno recordaba por qué habían tomado esas decisiones tan poco convencionales, solo que las habían tomado tras tener una larga charla con los líderes de su asociación. Eso, quizás, había sido lo que les había salvado a todos. No había habido fugas de información porque todos creían haber tomado la decisión por un impulso propio.
Años más tarde, algunos recordarían vagamente algunos papeles preocupantes, llenos de fórmulas matemáticas con predicciones de tendencias sociales. Para entonces, sin embargo, poco importaba. Estaban demasiado ocupados reconstruyendo la civilización.
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