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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

martes, 9 de abril de 2013

Terral: orígenes: adolescencia

Vale, sí, hace un montón que no cuelgo ningún relato pero ¡ha habido tantas noticias buenas que compartir últimamente! (y tan poco tiempo para nada...). Pero aquí está... ¿Os acordáis de Terral? ¿No? Posiblemente, muchos ni siquiera conociérais el blog cuando empezó todo el tinglado, así que os comparto las entradas anteriores:
Y aquí tenéis un nuevo relato de este personaje... Sé que muchos lo estabais deseando (hay quien me ha echado la bronca...).

Terral: orígenes: adolescencia
 Me han convocado en la gran sala, debe ser importante. No me han mandado llamar más que en un par de ocasiones desde el incidente en la torre de magia. Desde entonces me consideran uno de los suyos y me esfuerzo para que no cambien de opinión. Si ellos supieran, o incluso si sospecharan, no tardaría en morir.
Frunzo el ceño cuando veo que Asteen también espera en el vestíbulo. Ella es la única, aparte de mi propia madre, a la que puedo considerar realmente una amenaza. El resto sólo se preocupa por su propio reflejo y, una vez que dieron por sentado que yo había aprendido por fin a ser un demonio y que por tanto era una amenaza, dejaron de vigilarme e intentar sabotearme.
Pero ellas... ellas son distintas, porque tienen motivos para buscar en mí cualquier signo de debilidad. Asteen, porque soy su superior entre los no iniciados y, hasta que pueda conseguir que la acepten como sacerdotisa, para lo cual le quedan unos años, siempre buscará la forma de quitarme de en medio para ocupar mi lugar. Como si a mí me gustara ser quien soy y tener estos supuestos privilegios, que a mis ojos son una maldición.
Mi madre, por su parte, me vigila porque su posición de poder se basa precisamente en que hace quince años masacró a sus competidoras para concebirme. Si yo no soy lo que todos esperan de mí, la segunda en quien recaerá la ira de todos será ella.
Casi me da pena, porque no soy exactamente un ejemplo a seguir. No me interesa el poder, ni perjudicar a nadie, ni participar en los ritos de magia oscura. Odio torturar a los esclavos. Los esclavos me caen mejor que las sacerdotisas, los fieles y los aspirantes. Definitivamente, hay algo torcido en mí. Y no está claro qué es, dado mi parentesco.
Pero, como decía un viejo amigo mío, que murió por mi culpa, es como si el hijo de un ángel se pusiera a hacer maldades. No es natural. Y a los ángeles doy gracias, si es que existen —y aunque si me topara con uno no tardaría ni medio segundo en acabar con mi existencia—, que nadie se haya dado cuenta de que mi interés por ser más poderosa en la lucha —ya que con la magia soy una nulidad— no se debe a mi deseo de ser invencible, sino a un intento por agotarme y evitar que mi parte maligna salga a la luz. A eso, y a que aquí no hay otra cosa que hacer, aparte de torturar a los esclavos. Los míos tienen todos heridas superficiales, por guardar las apariencias, y son lo bastante listos para seguir con la farsa.
También doy gracias a los dioses benignos, que son los padres de los ángeles y que seguramente existen, a juzgar por los esfuerzos de la gente del templo por menguar su poder, por permitir que mi participación en los ritos oscuros sea una actuación magistral. La suerte está conmigo durante esas celebraciones, porque ni se da cuenta nadie ni mi parte demoníaca se siente tentada a salir en la mayor parte del tiempo, a pesar de los deseos de todos son precisamente de esa índole.
—Terral —Asteen interrumpe mis pensamientos, al ver que finjo que no le presto atención. Sé que eso le molesta, aunque de todas formas lo haría porque nada de lo que dice merece el esfuerzo de escucharla. No obstante, mi postura de indiferencia hacia ella es en el fondo una mera fachada y ambas lo sabemos. No puedo ignorar que al menor descuido me rajará la garganta mientras duermo. Tras un último gesto de desprecio al que reacciona con una mueca de desagrado, me instalo lo más dignamente posible —difícil, pues las sillas humanas no están diseñadas para los seres alados— en la otra punta de la habitación.
Nos hacen esperar un buen rato, parece que disfrutan despertando la impaciencia de sus inferiores, pero hace tiempo que aprendí a controlar mi nerviosismo hasta eliminarlo por completo. Finalmente nos llaman y entramos a la oscura sala. Están todas las sacerdotisas importantes y un visitante masculino con dos alas mucho más pequeñas que las mías, casi ridículas. Sin duda tiene sangre de demonio, pero muy diluida.
Nada más verle me azota una oleada de deseo tan intensa que me cuesta contenerme para no lanzarme contra él y copular aquí mismo. Mi parte humana se rebela contra ese deseo y noto a mi parte demoníaca despertar. Para mi sorpresa, esa parte de mí que tanto temo tiene tantos deseos como mi otra mitad de apartarme de ese desconocido, aunque por distintas razones: desea provocar ese efecto en la gente, no sentirlo, y no está dispuesta a rendirse y ceder.
Es, a mi juicio, un sentimiento tonto, pero mi parte demoníaca por fin se ha puesto de acuerdo conmigo en algo, y en mi interior se produce una extraña tregua que no puedo dejar de agradecer. No tengo tiempo de detenerme en esa sensación, porque mi madre habla.
—Terral, Asteen, permitidme presentaros a nuestro huésped, Dreoded. Espero que le deis la más calurosa de las bienvenidas.
Ya está, lo ha dicho. Pretende que no me separe de él, a ver si se me pega algo. Su forma de decirlo me manda la señal de que debo complacerle en todos sus deseos. En cambio, le doy la bienvenida con tono falso, con una mueca despectiva que sale de los más hondo de mis dos mitades, mientras Asteen se humilla haciéndole hondas reverencias.
El tipo debe ser alguien importante para que se comporte de esa forma, pero no le sirve de nada porque su mirada no se aparta de mí. El demonio que llevo dentro no para de bramar que es inferior a mí y que su sangre diluida apenas le hace un poco mejor que el resto. Eso sería un punto a mi favor si no fuera por ese aura de fascinación que le envuelve y que —estoy segura— ahora mismo está dirigiendo hacia mí.
***
Han pasado días desde que llegó y ese maldito Daided parece cada vez más dispuesto a acabar con mi autocontrol. La súcubo que llevo dentro intenta compensar el deseo que le provoca éste individuo mediante la conquista de todo espécimen de sexo masculino que parezca apto. Me obliga a coquetear e insinuarme a todos esos hombres horrendos, pero por suerte yo acabo por tomar el control antes de conducirles al primer rincón oscuro a nuestro alcance. No obstante, cada vez me cuesta más y no ayuda tener a ese semi-semi-íncubo rondándome. Él cada día prueba con distintas tácticas: encender mi vanidad, fingir indiferencia, incluso un cortejo al estilo de los humanos, que fue el que más cerca estuvo de atraparme.
Ahora, cuando le veo venir, no puedo evitar estremecerme. Aun así, mi otra mitad me obliga a pasar junto a él como si no pasara nada. Me agarra bruscamente y me besa con ferocidad. Para mi mortificación , mi parte demoníaca se rinde al deseo. Es lo que se puede esperar de una súcubo, supongo, pero no puedo recuperar el control de mi cuerpo y noto cómo me voy hundiendo en la tan temida niebla negra. Lanzo una última intentona, y grito interiormente:
¡Débil! ¡Eres débil por ceder!
Es a la desesperada, pero para mi sorpresa funciona y mi cuerpo pasa de estar lleno de deseo a ser inundado por la furia. Segundos después, los últimos rastros de mi conciencia desaparecen.
***
Espero en la antesala del gran hall, sabiendo, por primera vez de todas las que me han convocado, la razón por la que me convocan. Cuando volví en mí, Dreoded estaba en el suelo gritando como un cerdo y yo tenía en mis manos su virilidad sangrante. Un regusto metálico en mi boca me indicaba cómo se lo había arrancado.
Por supuesto, Asteen, que no se había separado mucho del huésped, había elegido ese momento para aparecer y gritar pidiendo ayuda. Es la primera vez que una de mis víctimas que sobrevive, aunque estoy segura de que mi yo malvado lo hizo adrede: la vida de alguien con sangre de íncubo que ha sido castrado sin duda es peor que la muerte, y se aseguró que ninguno de los sacerdotes pudiera hacer crecer de nuevo el órgano que le arrancó.
Entro en cuanto me llaman y Asteen me mira triunfante. La muy idiota se cree que me van a castigar por dañar a un huésped importante, pero bien sé yo que cualquier cosa que haga mi alter ego está bien. Con eso presente, no me cuesta responder a las acusaciones con lo que se espera de mí.
—Esta un ser débil e inferior que pretendió ser mejor que yo. Me ofenderé si se decide castigarme por ponerle en el sitio que le corresponde.
Todas asienten, e incluso mi madre me mira con algo parecido al orgullo. Asteen se enrabieta y comete su segundo error: manifestar su disgusto abiertamente. Las sacerdotisas la miran con intensidad y se da cuenta de su error demasiado tarde. No cometerá ninguno más, porque no pasará de esta noche.
Contengo un estremecimiento y sigo mirando impasible a la condenada, pero una parte de mí, que está algo más cerca de la superficie que antes, se regodea con su sufrimiento.
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