Vale, sí, hace un montón que no cuelgo ningún relato pero ¡ha habido tantas noticias buenas que compartir últimamente! (y tan poco tiempo para nada...). Pero aquí está... ¿Os acordáis de Terral? ¿No? Posiblemente, muchos ni siquiera conociérais el blog cuando empezó todo el tinglado, así que os comparto las entradas anteriores:
- Ficha de personaje
- Terral
- Terral: orígenes: concepción
- Terral: orígenes: infancia
- Terral: orígenes: entrenamiento
Y aquí tenéis un nuevo relato de este personaje... Sé que muchos lo estabais deseando (hay quien me ha echado la bronca...).
Terral: orígenes: adolescencia
Me han convocado en la
gran sala, debe ser importante. No me han mandado llamar más que en
un par de ocasiones desde el incidente en la torre de magia. Desde
entonces me consideran uno de los suyos y me esfuerzo para que no
cambien de opinión. Si ellos supieran, o incluso si sospecharan, no
tardaría en morir.
Frunzo el ceño cuando
veo que Asteen también espera en el vestíbulo. Ella es la única,
aparte de mi propia madre, a la que puedo considerar realmente una
amenaza. El resto sólo se preocupa por su propio reflejo y, una vez
que dieron por sentado que yo había aprendido por fin a ser un
demonio y que por tanto era una amenaza, dejaron de vigilarme e
intentar sabotearme.
Pero ellas... ellas son
distintas, porque tienen motivos para buscar en mí cualquier signo
de debilidad. Asteen, porque soy su superior entre los no iniciados
y, hasta que pueda conseguir que la acepten como sacerdotisa, para lo
cual le quedan unos años, siempre buscará la forma de quitarme de
en medio para ocupar mi lugar. Como si a mí me gustara ser quien soy
y tener estos supuestos privilegios, que a mis ojos son una
maldición.
Mi madre, por su parte,
me vigila porque su posición de poder se basa precisamente en que
hace quince años masacró a sus competidoras para concebirme. Si yo
no soy lo que todos esperan de mí, la segunda en quien recaerá la
ira de todos será ella.
Casi me da pena, porque
no soy exactamente un ejemplo a seguir. No me interesa el poder, ni
perjudicar a nadie, ni participar en los ritos de magia oscura. Odio
torturar a los esclavos. Los esclavos me caen mejor que las
sacerdotisas, los fieles y los aspirantes. Definitivamente, hay algo
torcido en mí. Y no está claro qué es, dado mi parentesco.
Pero,
como decía un viejo amigo mío, que murió por mi culpa, es como si
el hijo de un ángel se pusiera a hacer maldades. No es natural. Y a
los ángeles doy gracias, si es que existen —y aunque si me topara
con uno no tardaría ni medio segundo en acabar con mi existencia—,
que nadie se haya dado cuenta de que mi interés por ser más
poderosa en la lucha —ya que con la magia soy una nulidad— no se
debe a mi deseo de ser invencible, sino a un intento por agotarme y
evitar que mi parte maligna salga a la luz. A eso, y a que aquí no
hay otra cosa que hacer, aparte de torturar a los esclavos. Los míos
tienen todos heridas superficiales, por guardar las apariencias, y
son lo bastante listos para seguir con la farsa.
También doy gracias a
los dioses benignos, que son los padres de los ángeles y que
seguramente existen, a juzgar por los esfuerzos de la gente del
templo por menguar su poder, por permitir que mi participación en
los ritos oscuros sea una actuación magistral. La suerte está
conmigo durante esas celebraciones, porque ni se da cuenta nadie ni
mi parte demoníaca se siente tentada a salir en la mayor parte del
tiempo, a pesar de los deseos de todos son precisamente de esa
índole.
—Terral —Asteen
interrumpe mis pensamientos, al ver que finjo que no le presto
atención. Sé que eso le molesta, aunque de todas formas lo haría
porque nada de lo que dice merece el esfuerzo de escucharla. No
obstante, mi postura de indiferencia hacia ella es en el fondo una
mera fachada y ambas lo sabemos. No puedo ignorar que al menor
descuido me rajará la garganta mientras duermo. Tras un último
gesto de desprecio al que reacciona con una mueca de desagrado, me
instalo lo más dignamente posible —difícil, pues las sillas
humanas no están diseñadas para los seres alados— en la otra
punta de la habitación.
Nos hacen esperar un buen
rato, parece que disfrutan despertando la impaciencia de sus
inferiores, pero hace tiempo que aprendí a controlar mi nerviosismo
hasta eliminarlo por completo. Finalmente nos llaman y entramos a la
oscura sala. Están todas las sacerdotisas importantes y un visitante
masculino con dos alas mucho más pequeñas que las mías, casi
ridículas. Sin duda tiene sangre de demonio, pero muy diluida.
Nada más verle me azota
una oleada de deseo tan intensa que me cuesta contenerme para no
lanzarme contra él y copular aquí mismo. Mi parte humana se rebela
contra ese deseo y noto a mi parte demoníaca despertar. Para mi
sorpresa, esa parte de mí que tanto temo tiene tantos deseos como mi
otra mitad de apartarme de ese desconocido, aunque por distintas
razones: desea provocar ese efecto en la gente, no sentirlo, y no
está dispuesta a rendirse y ceder.
Es, a mi juicio, un
sentimiento tonto, pero mi parte demoníaca por fin se ha puesto de
acuerdo conmigo en algo, y en mi interior se produce una extraña
tregua que no puedo dejar de agradecer. No tengo tiempo de detenerme
en esa sensación, porque mi madre habla.
—Terral, Asteen,
permitidme presentaros a nuestro huésped, Dreoded. Espero que le
deis la más calurosa de las bienvenidas.
Ya está, lo ha dicho.
Pretende que no me separe de él, a ver si se me pega algo. Su forma
de decirlo me manda la señal de que debo complacerle en todos sus
deseos. En cambio, le doy la bienvenida con tono falso, con una mueca
despectiva que sale de los más hondo de mis dos mitades, mientras
Asteen se humilla haciéndole hondas reverencias.
El tipo debe ser alguien
importante para que se comporte de esa forma, pero no le sirve de
nada porque su mirada no se aparta de mí. El demonio que llevo
dentro no para de bramar que es inferior a mí y que su sangre
diluida apenas le hace un poco mejor que el resto. Eso sería un
punto a mi favor si no fuera por ese aura de fascinación que le
envuelve y que —estoy segura— ahora mismo está dirigiendo hacia
mí.
***
Han
pasado días desde que llegó y ese maldito Daided parece cada vez
más dispuesto a acabar con mi autocontrol. La súcubo que llevo
dentro intenta compensar el deseo que le provoca éste individuo
mediante la conquista de todo espécimen de sexo masculino que
parezca apto. Me obliga a coquetear e insinuarme a todos esos hombres
horrendos, pero por suerte yo acabo por tomar el control antes de
conducirles al primer rincón oscuro a nuestro alcance. No obstante,
cada vez me cuesta más y no ayuda tener a ese semi-semi-íncubo
rondándome. Él cada día prueba con distintas tácticas: encender
mi vanidad, fingir indiferencia, incluso un cortejo al estilo de los
humanos, que fue el que más cerca estuvo de atraparme.
Ahora, cuando le veo
venir, no puedo evitar estremecerme. Aun así, mi otra mitad me
obliga a pasar junto a él como si no pasara nada. Me agarra
bruscamente y me besa con ferocidad. Para mi mortificación , mi
parte demoníaca se rinde al deseo. Es lo que se puede esperar de una
súcubo, supongo, pero no puedo recuperar el control de mi cuerpo y
noto cómo me voy hundiendo en la tan temida niebla negra. Lanzo una
última intentona, y grito interiormente:
¡Débil! ¡Eres débil
por ceder!
Es a la desesperada, pero
para mi sorpresa funciona y mi cuerpo pasa de estar lleno de deseo a
ser inundado por la furia. Segundos después, los últimos rastros de
mi conciencia desaparecen.
***
Espero en la antesala del
gran hall, sabiendo, por primera vez de todas las que me han
convocado, la razón por la que me convocan. Cuando volví en mí,
Dreoded estaba en el suelo gritando como un cerdo y yo tenía en mis
manos su virilidad sangrante. Un regusto metálico en mi boca me
indicaba cómo se lo había arrancado.
Por supuesto, Asteen, que
no se había separado mucho del huésped, había elegido ese momento
para aparecer y gritar pidiendo ayuda. Es la primera vez que una de
mis víctimas que sobrevive, aunque estoy segura de que mi yo malvado
lo hizo adrede: la vida de alguien con sangre de íncubo que ha sido
castrado sin duda es peor que la muerte, y se aseguró que ninguno de
los sacerdotes pudiera hacer crecer de nuevo el órgano que le
arrancó.
Entro en cuanto me llaman
y Asteen me mira triunfante. La muy idiota se cree que me van a
castigar por dañar a un huésped importante, pero bien sé yo que
cualquier cosa que haga mi alter ego está bien. Con eso presente, no
me cuesta responder a las acusaciones con lo que se espera de mí.
—Esta un ser débil e
inferior que pretendió ser mejor que yo. Me ofenderé si se decide
castigarme por ponerle en el sitio que le corresponde.
Todas asienten, e incluso
mi madre me mira con algo parecido al orgullo. Asteen se enrabieta y
comete su segundo error: manifestar su disgusto abiertamente. Las
sacerdotisas la miran con intensidad y se da cuenta de su error
demasiado tarde. No cometerá ninguno más, porque no pasará de esta
noche.
Contengo un
estremecimiento y sigo mirando impasible a la condenada, pero una
parte de mí, que está algo más cerca de la superficie que antes,
se regodea con su sufrimiento.
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Todas las historias y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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