Él había sido un hijo no deseado por su madre, que de adolescente había tenido un novio no demasiado conveniente. Su madre había sido una rebelde, pero cuando se quedó embarazada y su novio la dejó plantada al enterarse de ello, tuvo que someterse a los deseos de sus padres si no quería quedarse sin nada.
El aborto era una cosa impensable en esos momentos, en que todos sabían ya que estaba embarazada, pero si ella hubiera sido más discreta, un aborto en secreto hubiera sido menos vergonzoso que la situación en la que se hallaban.
Nunca llegó a conocer a su verdadero padre, ni supo nada de él, más que algunas cosas sueltas que oía comentar a los adultos. Sus abuelos superaron la vergonzosa situación casando a su hija con un joven heredero de una familia bien posicionada. Fue un matrimonio ventajoso para ambas familias, que aumentaron considerablemente su poder en la población. Aunque al principio fue un matrimonio infeliz, tanto por la forma de ser de los dos como por las circunstancias, pronto la pareja comenzó a entenderse. Lo único que enturbiaba su felicidad era la pequeña vida que crecía en el interior de ella.
Nada querían al bebé que nació, pero cara al exterior les alegraba tener un hijo. Y así pasaron los primeros años de su vida, con indiferencia en la intimidad y afecto en la vida pública. Él creció deseando estar siempre con gente ajena a la familia, donde su vida era todo cariño.
En cuanto tuvo edad suficiente, sus padres le dijeron que sólo era hijo de su madre y le mandaron a un colegio interno, de pago. Sólo salía en vacaciones para visitar a su familia, pero él pasaba los días deseando que esos momentos no llegaran nunca. Su hermana pequeña nació poco después de que él fuera enviado al internado, y cuando volvía a casa siempre se encontraba la misma escena de felicidad, en la que él sobraba. Se sentía un intruso, un extraño al que su familia tenía que tolerar porque llevaba la misma sangre que su madre, pero al que nunca aceptarían del todo porque su sangre estaba también manchada por un hombre que no era ni mucho menos aceptable. La única que le mostraba cierto afecto era su hermana pequeña, pero siempre lo hacía cuando sus padres no estaban presentes, a escondidas, como si intuyera, aun siendo tan pequeña, que su hermano no era del todo de su clase, que era un paria en la familia y que no se aprobaría ninguna muestra de cariño hacia él.
Si siempre odiaba ir a visitar a su familia, temía profundamente las escasas ocasiones en las que tenía que visitar a sus abuelos. Eran ellos dos personas dominantes, orgullosas de su linaje, que se tenían a sí mismas en un pedestal y que cuando le miraban sólo veían una mancha en su inmaculada vida, un error grave, un incordio. Si su familia sólo mostraba hacia él una profunda indiferencia, sus abuelos no dudaban en demostrarle su desprecio, su odio por todo lo que él representaba.
Bien sabía él que lo que cara al exterior parecía inmaculado no lo era para nada en realidad. El error de su madre no había sido salir con alguien inconveniente o quedarse embarazada: había sido dejar que los ajenos a la familia se enteraran de sus deslices. Si la gente del exterior viera a la familia desde dentro, sin duda alguna ya no vería la perfección, sino una familia llena de manchas. La gran regla era que se podía hacer cualquier cosa, siempre que la gente de fuera no se enterara.
Su infancia había dado paso a la adolescencia, que dedicó a sacar buenas notas para complacer a la familia. Nunca fue suficiente, y todo lo que se alejara del 10 y del número uno, aunque fuera una sola décima o un solo puesto, era motivo de miradas de decepción.
Peor fue cuando el director del centro informó a sus padres de que no se relacionaba con los demás jóvenes. Al día siguiente, recibió una lista de personas con las que se debía relacionar sin dilación, y los demás chicos le aceptaron en deferencia a sus padres. Esos eran los únicos a los que tenía permitido acercarse, los demás no eran importantes para los intereses de la familia y por tanto no debía perder el tiempo con ellos.
La adolescencia había sido tan desastrosa como su niñez, pero entonces contó con la ventaja de poder ir de vacaciones a otros lugares, en vez de tener que soportar los días en la prisión que era su casa, o en la sala de torturas que representaba para él la casa de sus abuelos. Aunque no le cayeran bien sus amigos impuestos, era mejor soportar sus miradas de burla que el desprecio de sus abuelos y la indiferencia de sus padres.
Pocas eran las alegrías que recibía, y la mayoría de ellas venían de su hermana. Ella se había convertido en una jovencita preciosa de mucho carácter, y entonces, al contrario que durante su niñez, sí que le brindaba su afecto en público y en privado, a pesar de las miradas de su padres o quizás gracias a ellas. Sólo podía desear que esa cierta rebeldía fuera siempre suficiente para disfrutar de su afecto pero no lo bastante para arruinar su vida a ojos de la familia.
Cuando llegó el momento de entrar en la universidad, de la mayoría de edad, no pudo sino pensar que ya era libre. Nada más lejos de la realidad. En sus sueños, se veía a sí mismo en una universidad modesta estudiando arte. En la realidad, su padrastro rellenó su solicitud por él y movió los hilos para que estudiara económicas en una universidad prestigiosa, y para colmo le puso a trabajar de becario en una de sus empresas para que aprendiera el oficio. Siempre había odiado las matemáticas y todo lo relativo a los números. Odiaba aun más el hecho de que no se libraba de relaciones impuestas ni siquiera en la universidad. El día antes de su llegada a la residencia, recibió otra lista de nombres y relaciones. Una lista de relaciones aseguradas por su padrastro, y otra lista de relaciones que debía conseguir a toda costa, aunque fuera arrastrándose ante esas personas. Esa herida a su orgullo había sido más de lo que iba a tolerar, así que se limitó a mantenerse alejado de esas personas y a decir que simplemente le había sido imposible caerles bien. Los miembros de su familia, que le tenían por inferior, no hicieron ningún comentario y se limitaron a ignorarle.
Estaba ahora de vacaciones, aunque seguía teniendo un rígido horario que debía seguir a la perfección. No obstante, la noche anterior todo había cambiado. Había escuchado a su padrastro negociar un contrato de matrimonio: el de su matrimonio. Eso había sido la gota que colmó el vaso, y había pasado prácticamente la noche en vela retorciéndose de frustración debido a eso. Le habían impuesto su infancia, su adolescencia, sus relaciones, su universidad, su carrera, su trabajo, su vida. Ahora pretendían imponerle una esposa, una desconocida para compartir el resto de su vida, para quitarse de en medio a un hijo poco deseado y de paso enriquecer un poco más a la familia. Estaba realmente cansado de esa situación, y no pensaba tolerarlo. Lo había hecho demasiado tiempo.
Por eso, cuando esa mañana sonó el despertador, no se movió. Y le mandaron a buscar, pero contestó con enfado que no se iba a mover de allí. Supusieron que, tan sumiso como era él, estaría enfermo, así que le mandaron una aspirina y una nota diciendo que esperaban verle recuperado para la fiesta de la noche.
Una vez se quedó sólo, escribió una solicitud para estudiar lo que quería en la universidad que quería. Posiblemente era tarde, pero le dio igual. Ya decidiría qué hacer si no le admitían. Luego, cogió las listas de contactos y se dedicó a llamar a todas y cada una de las personas que había en ellas para decirles exactamente lo que pensaba de ellos. No eran, desde luego, pensamientos agradables, y esas personas le colgaron furiosas. Con una sonrisa en el rostro, dedicó el resto del día a hacer lo que le dio la gana. Lo primero de todo, quemar los horarios, las listas y todo lo que significara la planificación de su vida por personas ajenas a ella. Una sensación de liberación le invadió, y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad.
Llegada la hora de ir a la fiesta, lanzó a la papelera el esmoquin que tan atentamente le habían elegido y planchado, fue al armario y cogió unos vaqueros gastados y una camiseta que, por algún milagro del destino, habían escapado de la mirada de aquellos que le elegían el vestuario, evitando así acabar en la basura. Así fue como se presentó a la fiesta, y por primera vez en toda su existencia llegó tarde. Antes de que su padrastro, su madre y sus abuelos lograran detenerle, cogió una copa de champán, se subió a una mesa y propuso un brindis.
-Propongo un brindis por mi familia. Una familia perfecta, para todos vosotros. Lo que no sabéis es que vista desde dentro no es tan maravillosa. Por ejemplo, ahí tenéis al patriarca, mi respetado abuelo. Qué sorpresa os llevaréis todos cuando descubráis que hace doble contabilidad y que tiene cierta tendencia a estafar a la gente. O mi inmaculada abuela, a la que le encanta la caseta del jardinero, eso sí, siempre que el jardinero está dentro. Y qué decir de mi padrastro. ¿Cuántas secretarias te han denunciado ya por acoso? ¿Y cuántas han retirado la demanda por puro miedo a las represalias? Por no hablar de su adicción a la bebida, que tan bien sabe ocultar. ¡Y mi queridísima madre! ¿Quién no sabe cómo se quedó embarazada? Lo que sin duda no sabéis es que casi lleva a esta familia a la ruina por su ludopatía y su adicción a las compras ¿quizás porque se siente culpable de tratar a su hijo como si no existiera? Bien, eso sería si tuviera corazón. En realidad, sus adicciones son un medio de llenar un poquito su vacío corazón helado. En cuanto a ti, querida hermana… tú si que eres buena, no sabes cuánto agradezco que no hayas salido a ninguno de estos monstruos. ¡Chin, chin! Ah, se me olvidaba. Querido padrastro, búscate a otro a quien cargarle el muerto con un matrimonio concertado. No estoy por la labor, como habrás podido comprobar. Y si te atreves a obligar a mi hermana a casarse contra su voluntad, te gustará saber que hay unos cuantos trapos sucios más que no han salido a la luz, pero que me encargaré de hacer llegar a la prensa si lo haces. ¡Buenas noches!
Dicho esto, saltó de la mesa y se marchó de la sala sin mirar atrás. Después de 20 años sin poder vivir su vida como deseaba, había llegado el momento de disfrutar de la libertad.
Me encanta. En serio; muy bueno. Lo leería mil veces.
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