Avaricia
La gente de la comarca estaba desesperada. Los peces habían desaparecido desde que abrieron las minas y los deshechos de estas empezaron a tirarlos al río, por lo que no pescaban ni siquiera lo suficiente para comer. Las minas pertenecían al Rey, que no estaba dispuesto a renunciar a los beneficios que le daban, así que sus súplicas fueron ignoradas por los funcionarios.
Al final, la desesperación les llevó a trazar un plan inimaginable. Sabían que los barcos repletos de oro de las colonias pasaban cerca de sus costas, así que, una noche sin luna, la mayoría se fueron al cuartel de los soldados para quemarlo con ellos dentro, unos pocos fueron a las casas de los funcionarios para asesinarlos en sus camas y el resto fue al faro para deshacerse del farero y apagar todas las luces.
Cuando el barco cargado de oro se acercó demasiado a la costa y naufragó, todos se reunieron en la costa y acabaron con los marineros que lograban alcanzar la orilla. Luego, por la mañana, los mejores buceadores se encargaron de reunir el tesoro y se lo repartieron. No quedaba ningún siervo del emperador para detenerlos, pero no se lo tomaron con calma, porque en el siguiente puerto no tardarían en echar en falta el barco y mandarían gente a buscarlo. Así pues, cada uno cogió su parte y, tomando distintos caminos, abandonaron su hogar con una buena suma para empezar de nuevo en otro lugar, lejos del reino.
Un par de días después, cuando fueron en busca del barco perdido, los siervos del Rey solo encontraron varios pueblos fantasma, un naufragio saqueado y muchos de los suyos muertos. Para cuando entendieron lo que había pasado, todos los implicados habían llegado a las fronteras, donde ya no podían alcanzarles. Al Rey, sin embargo, no le preocupó eso demasiado. El oro que habían robado, sin duda, era una minucia comparado con lo que ganaría ahora que se habían ido. Y es que los minerales más valiosos que quería extraer de la tierra estaban justo bajo el pueblo. No había podido echarles por esa estúpida ley que le impedía quitar a la gente sus propiedades, por eso había contaminado sus aguas, para que renunciaran a vivir allí. Ahora que se habían ido voluntariamente, tenía vía libre para enriquecerse a costa de destruir ese pedazo de tierra.