¡Cuánto tiempo sin viajar al extranjero! Pero ya tocaba y, tras mucho pensarlo, decidí retomarlo donde lo dejé. Venecia iba a ser mi destino antes de que la rotura de pierna de mi madre y el Covid se pusieran en mi camino, así que decidí aprovechar que todavía no cobraban entrada y que era temporada baja para visitarla con calma. Como se me hacía poco, añadí un par de paradas más al viaje: Verona y Milán. Y también cerré la semana en Pamplona, pero estoy adelantándome: de todo hablaré en próximas entradas.
La loca, surrealista y caótica Venecia: un primer contacto con la ciudad.
Llegué a Venecia a las 11:30 de la mañana y en el avión nos habían hecho rellenar un formulario que tendríamos que entregar a la policía a la llegada, o al menos eso nos dijeron. El caso es que nadie nos pidió nada, ni tuvimos que enseñar el pasaporte covid ni el DNI en ningún sitio, así que pregunté dónde estaba la policía para entregar el formulario y me pusieron frente a una cola inmensa. Tan larga era la cola que tuvieron que abrir los puestos en otro lado y allá que me mandaron. Total, que yo esperando ahí más de 10 minutos y, cuando consigo llegar a un punto de check, van y me dicen que estoy en la cola de embarque. Una mujer muy amable me señaló la salida, así que me fui del aeropuerto sin entregar el dichoso formulario.
Luego tocaba coger un transporte hacia Venecia. Tenías la opción de ir en autobús por muy poco dinero o ir en un barco que te permitía ver la ciudad desde otro punto de vista sin gastarse un pastizal en una góndola, aunque seguía siendo bastante caro: 15 €. Y yo, tan contenta, me cojo el barco sin pensar que tengo tendencia a marearme allá dónde voy.
Las casi dos horas de barquito fueron casi una tortura del mareo que tenía, por suerte no vomité. La verdad es que las vistas son bastante bonitas siempre y cuando elijas el lado correcto del barco (derecha), que fue el caso. Ahora, ¿merece la pena gastarse 15 € en eso? Dado lo mal que lo pasé con el mareo, no soy la mejor persona para responderos.
Luego, llegue a Venecia y la primera impresión fue genial, ya que mi bajada fue en la plaza San Marcos, que es espectacular. El problema fue llegar a mi hotel, porque Google no es muy certero en esta ciudad. Básicamente, siempre te dice que estás como dos calles más allá de donde estás y, como la ciudad es un maldito laberinto, es imposible llegar a destino.
El hotel Diana de Venecia: entre la película de humor y la de miedo
Di más vueltas que un tonto hasta que finalmente me metí en un bar de un edificio que, según Google, era mi hotel. El camarero debía de estar acostumbrado porque, muy majo él, me acompañó hasta la puerta de mi hotel (no precisamente cerca ni en ese edificio), donde me soltó una frase desconcertante: el Hotel Diana es este pero tienes que hacer check-in en el hotel de enfrente.
Pensé que a lo mejor era que su español no era muy bueno, pero no. ¿Habéis visto esas películas americanas de comedia surrealista en la que estoy todos los viajes sale raro, los hoteles son cutres...? ¡Pues tienen una base real! Fui a entrar en el Diana y el recepcionista me hizo gestos para que entrar en el otro. Y es que resulta que ambos hoteles comparten al mismo recepcionista, que entre muchas otras cosas también ayuda con los desayunos.
Al margen de esto, la situación fue como un poco de película de terror. El recepcionista tenía toda la pinta de mayordomo maligno, y soltó algunas frases bastante siniestras, aunque creo que su intención era ligar conmigo, antes de mandarme a mi habitación. Por el ascensor al tercer piso y subiendo las escaleras estrechísimas al cuarto accedí a ella. Llego y me encuentro con que no hay ducha. Luego resulta que sí que hay ducha pero está integrada dentro del baño, sin diferenciación, lo cual quiere decir que, si quieres ducharte, luego vas a estar paseándote por un baño encharcado para hacer pis o lavarte las manos. Y no, el desagüe no traga bien, lo comprobé. Del colchón de la cama mejor ni hablamos, al igual que de la almohada. Desayuno en el hotel de enfrente. Y, como no hay un recepcionista fijo, dan a todo el mundo el código de la alarma para entrar en el hotel. Sobra decir que coloqué la mesita de noche delante de la puerta, como hice en París, aunque en este caso con más motivo todavía.
Todo esto sin perder de vista que supuestamente el hotel era de 4
estrellas. Me descojoné porque eran solo dos días, pero si hubieran sido
más... lo habría pasado mal.
Un tour por la Venecia desconocida
En fin, entre unas cosas y otras, apenas me dio tiempo a comer un sandwich antes de salir corriendo hacia el tour que tenía previsto para esa tarde. ¿He dicho ya que Venecia es un laberinto? Pues me perdí y tuve que correr como un cuarto de hora para llegar a tiempo.
El tour no era el que había contratado inicialmente, ese me lo anularon. Mi alternativa fue un tour en inglés por la Venecia desconocida. Un grupo chulo y variopinto, con un inglés, una colombiana, dos alemanas, dos Indios (cada uno de una punta de India, no iban juntos) y una egipcia, aparte de servidora. El guía la verdad es que lo hizo bien, recorrimos la Judería y sitios que no suelen estar en los recorridos típicos.
También nos hizo cruzar el canal en góndola. Bueno, nos dijo que era una góndola, pero era un traghetto. Costaba 2€, excesivo para los escasos dos minutos de trayecto (creo que nos timaron, porque buscándolo en sitios oficiales pone precios mucho más bajos), además, ya estaba de barquitos y mareos un poco cansada... Pero quedaba feo decir que no, que yo daba la vuelta por los puentes mientras el resto del grupo iba en el traghetto.
El tipo también buscó sacarnos los cuartos de más formas. Nos llevó a hacer una pausa para el café a la terraza de unos amigos suyos y al acabar nos llevó a cenar al restaurante de otros amigos suyos. Pero bueno el caso es que el recorrido moló y aprendimos bastante. Me había gastado más de lo que tenía previsto en el día con el traghetto y demás, así que le di los acostumbrados 10€ convencida de que tendría que haberle dado mucho menos.
Luego la odisea fue de otro tipo. Laberinto y de noche. La verdad es que hay calles que, si no te iluminas con el móvil, no ves un pimiento. Así que tuve que equilibrar el camino que daba Google mal con que pasara por sitios con una visibilidad más o menos normal. Lo conseguí, claro, y de camino me tope con una tienda de máscaras artesanales. Me flipan las máscaras venecianas. Y ya sabéis que, si tengo que elegir un souvenir, siempre artesanía.
Entré en la tienda y le dije al hombre que mi tope eran 60 €. La verdad es que se portó: me hizo precio con las dos máscaras que compré (descontándome casi 20€), además de explicarme el proceso de elaboración y qué tipos había. Además, tuvo santa paciencia conmigo, porque iba pidiendo opiniones pero tenía que salir cada dos por tres de su tienda, que no tenía cobertura.
Y con mis máscaras llegué al hotel y, tras darme un agua como pude sin abrir la ducha y encharcar el suelo, me fui a dormir.
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