Grecal había trabajado toda su vida para perfeccionar su esgrima fuera del mundo militar y convertirse en un maestro. Su gran habilidad le dio la oportunidad de codearse con nobles, militares y altos funcionarios del rey Rhus, lo que a su vez le permitió captar alumnos para su escuela y llevar una vida holgada sin dar cuentas a nadie.
Cuando Brontak dio su
golpe y se hizo con el poder, lo perdió todo: los pocos nobles que
sobrevivieron huyeron, y todos los espadachines hábiles que no les
habían acompañado en su exilio fueron obligados a entrar al
servicio del nigromante si no querían morir. Grecal nunca se había
rebajado a servir a nadie, era un hombre libre y no estaba a las
órdenes de nadie. Por eso, también rechazó unirse a los rebeldes
que estaban preparando un contraataque y se convirtió en un
proscrito solitario.
No era que no simpatizara con los rebeldes, sino que ayudaba a su causa y se vengaba de Brontak por todo lo que había perdido a su manera: acabando, uno por uno, con los espadachines que se habían vendido a ese advenedizo.
Pronto, a pesar de que mantuvo su anonimato, comenzó a hacerse un nombre en Diltan: el Guerrero de las Sombras no dejaba a ningún guerrero de Brontak con vida, y los brujos pusieron todo su empeño en localizarle. Tuvo entonces que bajar un poco el ritmo, pero, cuando los brujos y los magos se enfrentaron en una batalla final que acabó con casi todos los miembros de ambos bandos, volvió a las andadas.
No debió haberse confiado, porque pronto le tendieron una trampa. Buscó un callejón estrecho para tener que enfrentarse a la docena de soldados que le había acorralado y se llevó a muchos por delante, pero entonces el brujo entró en escena y supo que estaba perdido.
Al hechicero no le importó llevarse por delante a sus propios hombres; lanzó un hechizo de fuego al ambiente sin importarle que los de su bando estuvieran allí. Grecal fue el que salió mejor parado; los otros soldados se llevaron la peor parte y su capa larga y su sombrero de ala ancha absorbieron parte del impacto del hechizo. Pero el brujo seguía ahí y comenzó a entonar otra letanía que quedó interrumpida por un gorgoteo cuando un grupo de rebeldes entró en escena y le pillaron por sorpresa.
-Ha ido por poco, ¿verdad? -dijo uno de ellos. Grecal le reconoció. Era Drag Udhin, uno de los nobles que habían huido el día en que Brontak atacó el palacio. Siempre se habían llevado bien, a pesar de la diferencia de clases.
-Podría haber salido de esta -respondió Grecal, sin embargo. Ya sabía lo que le iban a proponer: que entrara en su ejército rebelde y comandara a algunos hombres en una lucha que no podían ganar.
-Sé lo que estás pensando, y no va por ahí la propuesta. No podemos vencer. Brontak se ha quedado sin brujos, pero nosotros apenas tenemos magos y él sigue teniendo todo ese poder que somos incapaces de combatir. Controla lo que queda del ejército, tiene apoyo de los kulitíes y ahora mismo nuestros hombres no son suficientes, ni están lo bastante preparados, para afrontar un ataque. Pero sí que podemos escondernos y prepararnos para contraatacar a largo plazo. Y, para eso, necesitaremos a los mejores enseñantes. Así que eso es lo que proponemos: que vuelvas a ser un maestro libre enseñando lo que se te da mejor, solo que en nuestro Refugio.
Grecal se lo pensó poco. Sabía que tarde o temprano le tenderían otra emboscada y que esa vez los rebeldes no estarían por ahí para ayudarle. La perspectiva de unirse a ellos, no para luchar en batallas perdidas sino para enseñar, era bastante buena.
-Con una condición -dijo, sin embargo. Drag alzó una ceja, interrogante-. Que me permitáis escaparme, de vez en cuando, para aterrorizar a esos cabrones cuando se sientan más confiados. El Guerrero de las Sombras no puede desaparecer.
-Al contrario. Es todo un símbolo. Pero atacarás con todas las seguridades, y con nosotros cubriéndote las espaldas. Los dioses saben que muchos se unirán a nuestra causa cuando sepan que el Guerrero de las Sombras se ha unido a los Roalk y que sigue siendo el azote de Brontak.
Grecal esbozó una media sonrisa; le gustaba que los rebeldes tuvieran un nombre, significaba que empezaban a tener entidad propia y que se estaban organizando mejor que hasta el momento. Así pues, extendió la mano y cerraron el trato
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