Hoy tocaba un relato con las portadas prediseñadas que preparé, pero también cuadraba con el reto: "Un relato con Medalla, dragón y silencio".
Un dragón en la oscuridad
Brontak había engañado a todos. Al volver de las islas Kulitíes tras haberse iniciado en los misterios de la brujería, había temido que alguien se diera cuenta de que ahora era practicante de magia negra. No obstante, nadie había percibido más que al hermano del rey volviendo de sus exóticos viajes. Su coartada por la tardanza y por volver en otro barco, plagada de piratas y de actos heroicos, incluso le habían granjeado una medalla.
Sin embargo, no podía desarrollar sus nuevas habilidades, ni contactar con su nuevo señor, en Diltan. De intentarlo, los magos detectarían su magia pronto y sospecharían, así que debía ir al bosque o al desierto para practicarla, ya que estaban tan cargados de magia que sus hechizos no llamarían la atención y, además, tenían la ventaja añadida de no estar plagados de barreras contra la magia negra, como el resto del país.
En el desierto, además, sería fácil contactar con otros brujos ocultos en el país, ya que solo podían internarse en él gracias a la ingeniosa red de oasis artificiales que habían ido creando, a lo largo de los siglos, a escondidas de los magos. Allí fue donde se dirigió, por tanto, y fue dejando sus mensajes en cada oasis que encontró.
El silencio del desierto tenía algo atrayente, así que se internó cada vez más, a pesar de que los oasis estaban cada vez más distanciados entre sí. Nadie se molestaba en desperdiciar su magia en mantener los más lejanos, ya que no hacía falta internarse tanto para practicar las artes ocultas sin que las percibieran los magos. No obstante, Brontak sí que lo hizo y decidió, en previsión de futuro, crear su propio oasis particular en un punto aún más remoto.
No obstante, cuando se hubo internado lo suficiente en el desierto, decidió hacer un escrutinio hacia la lejanía antes de empezar la construcción de su oasis y percibió a un dragón en la oscuridad del cielo. Brontak hizo lo posible para que no le viera, inseguro. Nunca pensó que quedaran dragones; había muchas historias sobre gente que los cazaba y conseguía numerosos dones, pero era apenas un principiante y temía no poder enfrentarse a esa criatura.
Así pues, retrocedió y contactó con su señor para informarle de su hallazgo, con la esperanza de que le orientara para matar a la bestia. Su señor, sin embargo, respondió a sus ruegos con toda clase de insultos y calificativos despreciables, haciéndole saber que no solo no sería rival para el dragón, sino que además sería castigado por él mismo si se atrevía a molestarlo. Le ordenó también que no volviera a internarse tanto en el desierto y que se dejara de tonterías para centrarse en su misión: acaparar poder hasta tener el suficiente para derrocar a su hermano y hacerse con Diltania por completo.
Brontak bajó la cabeza y cumplió sus órdenes, pero se prometió a sí mismo que, cuando fuera rey y las barreras contra la magia hubieran caído, volvería al desierto a matar al dragón. Si las historias eran ciertas, eso le haría poderoso, lo suficiente como para matar a ese estúpido lich al que había jurado lealtad a cambio de su poder y su apoyo para convertirle en rey.
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