El bosque
Se puso el sombrero para camuflarse mejor entre la multitud y comenzó a andar más rápido. Sabía que los hombres de negro le seguían y que no se rebajarían a correr tras él pero, si los demás ciudadanos le veían huyendo, le detendrían. También sabía que, en cuanto se detuviera, le alcanzarían y le inyectarían algo para que les acompañara con docilidad, sin montar un escándalo, a la sala de reeducación.
Su única esperanza era el bosque que rodeaba por completo la ciudad; allí ellos nunca entraban. Era peligroso, lo sabía, pero quería creer que, si se quedaba en la primera línea de árboles y no se internaba en el lugar, no pasaría nada. Luego, sería tan fácil como volver a la ciudad cuando pasara un tiempo y le hubieran olvidado tras darle por muerto. Entonces, se comportaría como un ciudadano anónimo más y renunciaría a sus ideas rebeldes sobre la individualidad.
En cuanto se acercó a la última línea de edificios y vio que no había nadie que pudiera cortarle el paso, echó a correr. Sus perseguidores no se esperaban eso, porque nadie en su sano juicio salía de la protección de la ciudad, así que, para cuando quisieron reaccionar, él ya había cruzado el tramo fronterizo, repleto de basuras y escombros, y se estaba internando entre los árboles.
Miró a su alrededor y no percibió nada peligroso, así que se quitó el sombrero, se deshizo de la corbata y abrió su maletín. En vez de documentos, lo había llenado de comida. El problema era que no tenía agua, así que tendría que bordear el bosque hasta encontrar el río que cruzaba la ciudad. Sin perder un instante, comenzó a andar hacia el este, hacia la parte donde el río entraba en la urbe; cuando salía, por el otro extremo, estaba tan contaminada que beberla suponía la muerte segura.
Sin perder de vista la línea donde los árboles acababan, llegó hasta el río sin percances y bebió el agua más pura que había tomado nunca. Cuando estuvo saciado, levantó la vista y pegó un bote al ver a la mujer más hermosa en la que jamás se hubieran posado sus ojos. Bella y letal. Había oído hablar de las brujas del bosque y nunca dejaban a nadie con vida.
-No temas, te necesitamos vivo -respondió ella a sus pensamientos, con naturalidad-. Nosotros no podemos llegar al corazón de tu ciudad, llamamos demasiado la atención. Tú, sin embargo...
Dejó la frase en el aire, con una sonrisa enigmática, y le instó a acompañarla al interior del bosque, donde vio todo tipo de maravillas antes de que le explicaran su misión. Debía volver a la ciudad, camuflarse entre la multitud y dejar caer, mientras paseaba por toda la urbe, una serie de semillas. Una criatura que parecía un ojo con patas, oculta en su sombrero, le indicaría cuáles y dónde. De ese modo, cuando llegara el momento, la gente del bosque podría entrar en la ciudad.
Al principio se negó, pero ellos le repitieron una y otra vez que no habría más víctimas que los hombres de negro y esas élites autoritarias que no dejaban aparecer ningún resquicio de creatividad o pensamiento individual. Así pues, acabó por creerles y, cuando pasaron unos cuantos días, volvió a entrar a la ciudad, con su maletín, su corbata, su ropa planchada y su sombrero. La criatura oculta en este último le indicaba dónde debía dirigirse y qué semillas soltar, cosa que hizo con total entrega.
Ya había vaciado más de la mitad del maletín cuando llamó la atención de alguien. De alguna forma, su breve estancia en el bosque le había dado cierta ligereza de espíritu y ya hasta le costaba moverse con la apatía del resto de ciudadanos. Así pues, los hombres de negro no tardaron en rodearle y él, en un último acto heroico, lanzó a la criatura a bordo de su sombrero, junto al maletín, al contaminado río.
Fue capturado pensando que había fracasado, pero la gente mágica se había cubierto las espaldas y le habían dado muchas más semillas de las que necesitaban. Así pues, mientras él pasaba la noche en la sala de interrogatorios, negándose a desvelar qué era lo que había tirado al río, la vegetación comenzó a invadir la ciudad sin que nadie pudiera detenerla.
Pocos días después, cuando la última urbe dominada por la tecnología y el orden fue reclamada por la magia y el caos, el héroe fue liberado y se encontró con que, efectivamente, no había víctimas. No obstante, pasarían muchos años hasta que los ciudadanos, acostumbrados a la tiranía y a una vida gris en la que no tenían que pensar por sí mismos, se acostumbraran a esa nueva era de libertad.
Él, junto a la criatura, que había sobrevivido a la contaminación del río navegando en el sombrero como si fuera una balsa, dedicó el resto de sus años a ayudar a su gente a adaptarse a este cambio de régimen y a mediar entre ellos y la gente mágica. Una tarea dura, sí, pero que le llenaba por completo, por lo que nunca se arrepintió de haber huido al bosque.
Su única esperanza era el bosque que rodeaba por completo la ciudad; allí ellos nunca entraban. Era peligroso, lo sabía, pero quería creer que, si se quedaba en la primera línea de árboles y no se internaba en el lugar, no pasaría nada. Luego, sería tan fácil como volver a la ciudad cuando pasara un tiempo y le hubieran olvidado tras darle por muerto. Entonces, se comportaría como un ciudadano anónimo más y renunciaría a sus ideas rebeldes sobre la individualidad.
En cuanto se acercó a la última línea de edificios y vio que no había nadie que pudiera cortarle el paso, echó a correr. Sus perseguidores no se esperaban eso, porque nadie en su sano juicio salía de la protección de la ciudad, así que, para cuando quisieron reaccionar, él ya había cruzado el tramo fronterizo, repleto de basuras y escombros, y se estaba internando entre los árboles.
Miró a su alrededor y no percibió nada peligroso, así que se quitó el sombrero, se deshizo de la corbata y abrió su maletín. En vez de documentos, lo había llenado de comida. El problema era que no tenía agua, así que tendría que bordear el bosque hasta encontrar el río que cruzaba la ciudad. Sin perder un instante, comenzó a andar hacia el este, hacia la parte donde el río entraba en la urbe; cuando salía, por el otro extremo, estaba tan contaminada que beberla suponía la muerte segura.
Sin perder de vista la línea donde los árboles acababan, llegó hasta el río sin percances y bebió el agua más pura que había tomado nunca. Cuando estuvo saciado, levantó la vista y pegó un bote al ver a la mujer más hermosa en la que jamás se hubieran posado sus ojos. Bella y letal. Había oído hablar de las brujas del bosque y nunca dejaban a nadie con vida.
-No temas, te necesitamos vivo -respondió ella a sus pensamientos, con naturalidad-. Nosotros no podemos llegar al corazón de tu ciudad, llamamos demasiado la atención. Tú, sin embargo...
Dejó la frase en el aire, con una sonrisa enigmática, y le instó a acompañarla al interior del bosque, donde vio todo tipo de maravillas antes de que le explicaran su misión. Debía volver a la ciudad, camuflarse entre la multitud y dejar caer, mientras paseaba por toda la urbe, una serie de semillas. Una criatura que parecía un ojo con patas, oculta en su sombrero, le indicaría cuáles y dónde. De ese modo, cuando llegara el momento, la gente del bosque podría entrar en la ciudad.
Al principio se negó, pero ellos le repitieron una y otra vez que no habría más víctimas que los hombres de negro y esas élites autoritarias que no dejaban aparecer ningún resquicio de creatividad o pensamiento individual. Así pues, acabó por creerles y, cuando pasaron unos cuantos días, volvió a entrar a la ciudad, con su maletín, su corbata, su ropa planchada y su sombrero. La criatura oculta en este último le indicaba dónde debía dirigirse y qué semillas soltar, cosa que hizo con total entrega.
Ya había vaciado más de la mitad del maletín cuando llamó la atención de alguien. De alguna forma, su breve estancia en el bosque le había dado cierta ligereza de espíritu y ya hasta le costaba moverse con la apatía del resto de ciudadanos. Así pues, los hombres de negro no tardaron en rodearle y él, en un último acto heroico, lanzó a la criatura a bordo de su sombrero, junto al maletín, al contaminado río.
Fue capturado pensando que había fracasado, pero la gente mágica se había cubierto las espaldas y le habían dado muchas más semillas de las que necesitaban. Así pues, mientras él pasaba la noche en la sala de interrogatorios, negándose a desvelar qué era lo que había tirado al río, la vegetación comenzó a invadir la ciudad sin que nadie pudiera detenerla.
Pocos días después, cuando la última urbe dominada por la tecnología y el orden fue reclamada por la magia y el caos, el héroe fue liberado y se encontró con que, efectivamente, no había víctimas. No obstante, pasarían muchos años hasta que los ciudadanos, acostumbrados a la tiranía y a una vida gris en la que no tenían que pensar por sí mismos, se acostumbraran a esa nueva era de libertad.
Él, junto a la criatura, que había sobrevivido a la contaminación del río navegando en el sombrero como si fuera una balsa, dedicó el resto de sus años a ayudar a su gente a adaptarse a este cambio de régimen y a mediar entre ellos y la gente mágica. Una tarea dura, sí, pero que le llenaba por completo, por lo que nunca se arrepintió de haber huido al bosque.
A mí me ha gustado mucho este mini relato. Es una distopía, algo que jamás debe de ocurrir, aunque las diferentes distopías pueden acontencer bajo diferentes formas aludiendo a régimenes autoritarios y totalitarios, en este caso, la tuya también me ha parecido muy original y el mensaje ampliable a la libertad. Un saludo
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