Ciudad sin ley
Lo que más le gustaba de vivir en una ciudad sin ley de la Luna era que podía hacer con sus víctimas lo que le viniera en gana. Si quería desplazarse, solo tenía que encontrar a un idiota que estuviera entrando en su aerocoche y obligarle a conducir hasta donde quisiera a punta de pistola eléctrica. Si le apetecía tener algún objeto, no había más que liquidar al personal de seguridad de la tienda o, si estaban demasiado bien armados para él, sobornarles. Si ambas opciones fallaban, bueno, simplemente buscaba a algún incauto y, tras obligarle a arrodillarse y suplicarle, le robaba todos los créditos y le dejaba tranquilo... siempre y cuando su súplica le hubiera complacido y no le apeteciera matar a nadie, que no solía ser el caso.
Le gustaba tanto vivir en esa ciudad sin ley, se sentía tan invencible, que nunca pensó que sus víctimas -las que sobrevivían o sus familiares- también gozaban de total libertad para tomarse la justicia por su mano.
Apenas unos meses después de su llegada a esa remota ciudad de la luna, atracó a la persona inadecuada, el hijo de uno de los capos mafiosos que empezaban a controlar la ciudad. El chico, confiado en que todos sabían que era intocable, había salido solo y sin armas a dar un paseo por la parte de la ciudad que controlaba su familia, con tan mala suerte que pasó por el puente en el que esperaba a sus víctimas. Solo le dio un par de puñetazos y le robó sus aerozapatillas, que eran justo el objeto por el que se había puesto a atracar gente, pero al capo le bastó para mandar a todos sus hombres en busca de venganza. Y, como era una ciudad sin ley y era fácil encontrar a ese lobo solitario que dejaba a su paso un rastro de violencia, ese mismo día tuvo una muerte lenta y dolorosa, a la vista de todos, para servir de ejemplo.
Le gustaba tanto vivir en esa ciudad sin ley, se sentía tan invencible, que nunca pensó que sus víctimas -las que sobrevivían o sus familiares- también gozaban de total libertad para tomarse la justicia por su mano.
Apenas unos meses después de su llegada a esa remota ciudad de la luna, atracó a la persona inadecuada, el hijo de uno de los capos mafiosos que empezaban a controlar la ciudad. El chico, confiado en que todos sabían que era intocable, había salido solo y sin armas a dar un paseo por la parte de la ciudad que controlaba su familia, con tan mala suerte que pasó por el puente en el que esperaba a sus víctimas. Solo le dio un par de puñetazos y le robó sus aerozapatillas, que eran justo el objeto por el que se había puesto a atracar gente, pero al capo le bastó para mandar a todos sus hombres en busca de venganza. Y, como era una ciudad sin ley y era fácil encontrar a ese lobo solitario que dejaba a su paso un rastro de violencia, ese mismo día tuvo una muerte lenta y dolorosa, a la vista de todos, para servir de ejemplo.
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