Un poco de suerte
Un poco de suerte, solo necesitaba eso para conseguir el empleo. No iba a mejorar en absoluto su salario, ni era un puesto mejor, pero realmente necesitaba cambiar de trabajo. No aguantaba ni un segundo más a su jefa, que además de ser una déspota estaba tarada. Y siempre había soñado con trabajar en un sector más creativo.
Nunca le salía nada a derechas, así que hizo lo posible para atraer ese poco de suerte: agarró todos sus amuletos, se vistió de verde esmeralda de arriba a abajo e hizo todos los pequeños rituales que se le ocurrieron antes de salir de casa. Deseaba que eso atrayera la fortuna a su alrededor y, con un poco de suerte, robara la de sus competidores.
El deseo, aunque pareciera imposible, se cumplió: nada más entrar en la sala donde esperaban los otros cuatro finalistas que aspiraban al puesto, a los demás comenzaron a ocurrirles desgracias. Pero ella, incapaz de soportar el mal ajeno, le dejó su pañuelo al tipo al que le reventó el boli en el bolsillo, sacó el kit de costura de su bolso para ayudar a una mujer a detener el descosido que se le estaba formando en el bajo de los pantalones y prestó su teléfono a otra a la que se le cortó la línea en medio de una conversación que parecía llena de malas noticias.
Agotada antes siquiera de empezar la entrevista, miró casi con tensión al candidato restante, a la espera de su desgracia, para poder ayudarle. Sin embargo, él se levantó, se acercó a ella y, tendiéndole la mano, le dijo:
-Felicidades, el puesto es suyo. -Ella le devolvió el apretón de manos, pero su gesto de desconcierto le hizo explicarse-: Esta era la última prueba del proceso. Ya sabemos que usted es eficiente, tiene referencias que la avalan. Pero queríamos saber algo más de su carácter. Está dispuesta a ayudar a desconocidos aunque no hacerlo le dé una pequeña ventaja: con eso, nos vale. ¿Cuándo puede empezar?
Abrumada por la ilusión, les dijo que ese mismo día, ya que solo necesitaba un par de horas para ir a su antigua empresa para informar de su marcha. Como le dijeron que empezara al día siguiente, decidió tomárselo con calma y pasar antes por su casa para imprimir una carta de renuncia en condiciones. Luego, se fue a la que hasta ese mismo día era su oficina para dimitir.
Aunque se había cogido toda la mañana, pues le debían un sinfín de horas extra, su exjefa la recibió con gritos y, ahora que ya no tenía que conservar el empleo, se atrevió a contestarle y a recordarle la cantidad de horas extra que había acumulado y se negaban a pagarle. La mujer, acostumbrada a que sus empleados bajaran la cabeza y se callaran, la despidió, sin darle opción a entregar la carta de renuncia.
Sonriendo, porque así cobraría una indemnización por despido, salió de la oficina que había sido su cárcel, chocó tres veces entre sí sus zapatos verde esmeralda y se dispuso a empezar su nueva vida. Al final, sí que había tenido un poco de suerte.
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