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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia

jueves, 8 de febrero de 2018

Relato corto: El nido de libros

Siguiendo con el último reto de escritura creativa Vuestras consignas, mi relato, donde recibí tantas palabras que hubo que dividirlas en tres, ahora toca hacer un cuento breve con las palabras hambre, leer, congelación y libertad. El primer relato, Pequeños fósiles, ya está disponible en este enlace. Y ahí va el nuevo:

El nido de libros

Al anciano no le quedaba ningún familiar o amigo con vida, y su pensión apenas le daba para matar el hambre, pero tenía su casa llena de libros y eso era suficiente: solo necesitaba ponerse a leer para transportarse a otro mundo donde tenía libertad de vivir mil experiencias, donde todo era más brillante, o más oscuro, que el gris y monótono mundo real.
Así fue tirando, año tras año, hasta que llegó ese horrible invierno en el que el frío era tan intenso que a veces creía que moriría de congelación a pesar de estar a resguardo dentro de su domicilio. Cuando la granizada rompió el cristal de su ventana se creyó al borde de la desesperación, e incluso una idea herética cruzó su mente: los libros también eran buen combustible. Pero no, no pudo, le dolía perder a cualquiera de esos compañeros silenciosos, así que se rodeó de ellos, como si fueran un nido, y se refugió en las historias ambientadas en climas cálidos y agradables.
Así le encontraron los vagabundos que se colaron en la casa en ruinas, un par de años después, buscando refugio en una noche helada. Ellos no tuvieron tanta consideración hacia los libros y pronto hicieron una gran hoguera: por el anciano al que habían pertenecido nada podían hacer ya. Aun así, uno de ellos cogió uno de los tomos de aventuras en una isla desierta de los que el viejo se había rodeado y, mientras lo leía al calor del fuego, sintió una afinidad con el difunto, en cuyo honor decidió salvar el ejemplar, así como todos los que fueron cayendo en sus manos, que escondió en un alijo lejos de las ansias de calor de sus compañeros. Por suerte, cuando ya no quedaban por quemar más que los que había decidido rescatar, el invierno daba paso a la primavera y ya no hubo necesidad.
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