El mes pasado fuimos a la exposición Disney, el arte de contar historias. Fue decepcionante pero, en el cuadernillo que había en la exposición, se adjuntaba el siguiente juego:
Y yo pensé: "Como tiene que ver con Disney, haré un cuento, aunque ¿para qué voy a recortar nada si el orden tal cual está es estupendo?" Así que allá va el cuento, con los elementos en el orden original:
El mago y el mensajero
El jinete de pegaso llegó al castillo con una noticia terrible: el reino vecino se preparaba para una invasión y contaban con un mago poderoso entre sus filas. Cogidos por sorpresa, sin un ejército activo y con su mejor mago convertido en ermitaño, decidieron mandar un pequeño grupo al bosque en su busca.
Pero el mago, harto de que le molestaran para retarle a duelo, o para que enseñara magia a este o aquel, o para que entretuviera a una delegación extranjera con trucos interesantes, quería estar solo y había hecho un hechizo en el bosque para que los que le buscaban se perdieran una y otra vez, sin llegar nunca hasta él. Como no quería que murieran los que le buscaban, también les mandaba a un conejo blanco que les guiaría hasta la salida.
No había tiempo y los hombres, tras varios días de cruzar el mismo río lleno de molestos peces, salvar el mismo precipicio y acabar sus provisiones, comenzaron a desanimarse. Uno a uno, tomaron la decisión de seguir al conejo blanco y servir a su país luchando, no persiguiendo a un mago que, obviamente, no quería ser encontrado.
Finalmente, solo quedó un muchacho que parecía inmune al desánimo. ¿Que tenía que volver a cruzar el río? Se desnudaba, lanzaba sus ropas a la otra orilla y lo cruzaba. ¿Que había que volver a subir el precipicio? Pues lo hacía, eso sí, a la quinta construyó una escalera improvisada con ramas de árbol y así el ascenso era más cómodo. ¿Que se había quedado sin provisiones? Para eso estaban las manzanas en los árboles. O los peces del río que no paraba de cruzar.
Tras un par de días así, el mago, extrañado porque su conejo no hubiera vuelto, se acercó a echar un vistazo. Pronto, no pudo sino empezar a sentir curiosidad por ese hombrecillo tan tozudo, así que le mandó a un conejo negro para que le indicara el camino hasta su casa y el mensajero lo siguió. Una vez cara a cara, el mago fue informado del peligro. Maldiciéndose a sí mismo por encerrarse e ignorar al grupo de mensajeros pensando que querían alguna tontería, acompañó al muchacho y llegaron justo a tiempo para participar en la batalla y cambiar las tornas de la misma, haciendo que el enemigo se replegara de vuelta a su patria.
Luego, los héroes del momento recibieron todos los honores y, cuando el mago se hartó de tanta celebración, decidió volver a aislarse en su bosque, eso sí, no sin antes entregar en secreto al mensajero un amuleto capaz de orientarle a través de su hechizo, no fuera que volviera a haber una invasión u otro peligro. Eso sí, el mago le hizo prometer que solo le visitaría para cosas serias asegurando así no solo la seguridad del reino, sino también su propia tranquilidad.
Pero el mago, harto de que le molestaran para retarle a duelo, o para que enseñara magia a este o aquel, o para que entretuviera a una delegación extranjera con trucos interesantes, quería estar solo y había hecho un hechizo en el bosque para que los que le buscaban se perdieran una y otra vez, sin llegar nunca hasta él. Como no quería que murieran los que le buscaban, también les mandaba a un conejo blanco que les guiaría hasta la salida.
No había tiempo y los hombres, tras varios días de cruzar el mismo río lleno de molestos peces, salvar el mismo precipicio y acabar sus provisiones, comenzaron a desanimarse. Uno a uno, tomaron la decisión de seguir al conejo blanco y servir a su país luchando, no persiguiendo a un mago que, obviamente, no quería ser encontrado.
Finalmente, solo quedó un muchacho que parecía inmune al desánimo. ¿Que tenía que volver a cruzar el río? Se desnudaba, lanzaba sus ropas a la otra orilla y lo cruzaba. ¿Que había que volver a subir el precipicio? Pues lo hacía, eso sí, a la quinta construyó una escalera improvisada con ramas de árbol y así el ascenso era más cómodo. ¿Que se había quedado sin provisiones? Para eso estaban las manzanas en los árboles. O los peces del río que no paraba de cruzar.
Tras un par de días así, el mago, extrañado porque su conejo no hubiera vuelto, se acercó a echar un vistazo. Pronto, no pudo sino empezar a sentir curiosidad por ese hombrecillo tan tozudo, así que le mandó a un conejo negro para que le indicara el camino hasta su casa y el mensajero lo siguió. Una vez cara a cara, el mago fue informado del peligro. Maldiciéndose a sí mismo por encerrarse e ignorar al grupo de mensajeros pensando que querían alguna tontería, acompañó al muchacho y llegaron justo a tiempo para participar en la batalla y cambiar las tornas de la misma, haciendo que el enemigo se replegara de vuelta a su patria.
Luego, los héroes del momento recibieron todos los honores y, cuando el mago se hartó de tanta celebración, decidió volver a aislarse en su bosque, eso sí, no sin antes entregar en secreto al mensajero un amuleto capaz de orientarle a través de su hechizo, no fuera que volviera a haber una invasión u otro peligro. Eso sí, el mago le hizo prometer que solo le visitaría para cosas serias asegurando así no solo la seguridad del reino, sino también su propia tranquilidad.
¡Qué bonito!
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