Otro relato corto hecho con las portadas que prediseñé. Esta vez he tirado por algo más o menos fantasioso, porque, la verdad, estoy algo pachucha y no me apetecía documentarme ^^.
La chica de palacio
Ahí estaba otra vez, la chica de palacio. Se vestía como una acólita más, pero su forma de moverse y su claramente educada forma de expresarse la delataban. Esta vez, Karlan decidió no dejarla escapar; no podían permitirse tener a una espía entre sus fieles. Aunque ocultaban sus ideas revolucionarias bajo una maraña de metáforas y ninguna autoridad podía censurar sus textos y discursos oficiales, cualquier desliz podía hacer que fueran a por ellos.
Así pues, cuando acabó la ceremonia se movió rápido y, antes de que lograra escabullirse, interceptó a la joven y la interrogó con dureza. La chica se puso a llorar y le explicó que su señora estaba interesada en esa nueva religión, pero que no podía ir ella misma a sus ceremonias y la enviaba a ella para que se las contara al detalle.
Saber que una noble estaba interesada en su credo infló el ego de Karlan, que poco a poco fue cogiendo confianza con la sirvienta, lo que le llevó a profundizar con ella en los misterios de su credo. Aunque algunas de las cosas que le contó podían haber despertado el recelo de las autoridades, ella fue discreta y eso le llevó a pensar que tanto la sirvienta como su señora eran sinceras en su fe.
Esa fue su perdición. La dama había jurado destruir de raíz cualquier vestigio de esa nueva religión y sabían que con los pequeños detalles que se le escapaban a Karlan la caída sería tan lenta como la burocracia. Así pues, fingieron obviar los indicios de traición y estar de acuerdo con ellos hasta que el sacerdote se atrevió a hablarles de su visión del futuro, que implicaba una remodelación completa de los altos estamentos. Eso fue más que suficiente: cuando la traición era tan clara, ninguna burocracia podía frenar el peso de la ley, y en menos de un día tanto los templos como los fieles fueron erradicados, para satisfacción de la dama, que premió a su sirvienta con la libertad y una dote considerable por su magnífica actuación.
Así pues, cuando acabó la ceremonia se movió rápido y, antes de que lograra escabullirse, interceptó a la joven y la interrogó con dureza. La chica se puso a llorar y le explicó que su señora estaba interesada en esa nueva religión, pero que no podía ir ella misma a sus ceremonias y la enviaba a ella para que se las contara al detalle.
Saber que una noble estaba interesada en su credo infló el ego de Karlan, que poco a poco fue cogiendo confianza con la sirvienta, lo que le llevó a profundizar con ella en los misterios de su credo. Aunque algunas de las cosas que le contó podían haber despertado el recelo de las autoridades, ella fue discreta y eso le llevó a pensar que tanto la sirvienta como su señora eran sinceras en su fe.
Esa fue su perdición. La dama había jurado destruir de raíz cualquier vestigio de esa nueva religión y sabían que con los pequeños detalles que se le escapaban a Karlan la caída sería tan lenta como la burocracia. Así pues, fingieron obviar los indicios de traición y estar de acuerdo con ellos hasta que el sacerdote se atrevió a hablarles de su visión del futuro, que implicaba una remodelación completa de los altos estamentos. Eso fue más que suficiente: cuando la traición era tan clara, ninguna burocracia podía frenar el peso de la ley, y en menos de un día tanto los templos como los fieles fueron erradicados, para satisfacción de la dama, que premió a su sirvienta con la libertad y una dote considerable por su magnífica actuación.
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