El arquero
Eliah era el mejor arquero de su isla: donde ponía el ojo, ponía la flecha. Gracias a él, numerosas invasiones piratas eran rechazadas porque los capitanes tenían miedo de salir a cubierta para no ser alcanzados por sus flechas. Además, nadie pasaba hambre cuando había mala pesca porque él siempre encontraba algo que cazar. No obstante, por más que sus conciudadanos le pedían que fuera a representar a su pueblo en las competiciones del archipiélago, con un premio en oro muy apetecible para la isla ganadora, siempre se negaba. Y es que Eliah tenía un secreto: le daba pavor el agua, y los barcos, por muy sólidos que fueran, no le inspiraban ninguna confianza. Así pues, ir a las competiciones, celebradas en la Gran Isla, era inconcebible para él.
Cuando por fin los isleños descubrieron sus motivos, trazaron un plan: unos días antes de la competición, hicieron un banquete con los pescados que habían capturado y el de Eliah lo cocinaron con un potente somnífero. Cuando estuvo dormido, le metieron en un barco rumbo a la Gran Isla. El cazador no despertó hasta que estuvo en tierra, pero al enterarse del ardid se sintió traicionado. Además, por mucho que le durmieran, no deseaba volver a meterse en un barco.
Así pues, ganó el torneo en nombre de su pueblo pero, cuando llegó la hora de regresar, pidió al líder de la Gran Isla que le permitiera quedarse allí como su nuevo súbdito. Este, impresionado por sus dotes como arquero, aceptó sin dudarlo, y los vecinos de Eliah tuvieron que regresar a su isla con el goloso premio, pero sin su arquero, con lo que se quedaron a merced de los piratas y del hambre cuando no había buena pesca.
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