Nuevo lanzamiento de dados para hacer este relato corto:
Un monstruo imparable
Todos temían al monstruo más que a la muerte. Cuando llegaba furioso y enloquecido a la pequeña ciudad, los ciudadanos hacían lo que hiciera falta con tal de que no se fijara en ellos porque, si te convertías en su objetivo, no había puerta u obstáculo que te protegiera.
Vilo, sin embargo, disfrutaba de las apariciones del monstruo. Le encantaba ver el pánico de los vecinos de su comunidad, sus intentos
de esconderse de la criatura y sus gritos cuando les descubría. A él no le preocupaba que la bestia le localizara. Era uno de los privilegiados que vivían en la quinta planta y el monstruo no solía subir escaleras salvo que persiguiera a alguien. Además, como no salía a la calle, cuando el monstruo aparecía, siempre estaba a buen recaudo.
Un día, uno de los vecinos que más odiaba se escondió entre los arbustos de debajo de su casa y Vilo observó con frustración cómo el monstruo empezaba a pasar de largo. Así pues, tiró una piedra justo al lado de donde estaba escondido, llamando la atención de la criatura y consiguiendo ver el espectáculo en primera línea.
Desde ese día, siempre que podía, descubría los escondites de los incautos a los que la llegada del monstruo les pillaba en la calle para presenciar cómo este les masacraba. Sus actos, por un tiempo, pasaron desapercibidos entre el pánico reinante, pero acabaron por descubrirse y los vecinos de su bloque decidieron darle una lección.
Se organizaron para llamar la atención del monstruo y conducirle hasta Vilo sin correr riesgos. Se coordinaron tan bien que salió a la perfección: la portera dio un portazo en el portal y se escondió en el cuarto de las escobas antes de que el monstruo entrara. La bestia no llegó a localizarla, porque escuchó un portazo en la planta superior y subió las escaleras en pos de su víctima. Pero, al llegar a la primera planta, sonó un portazo en la segunda y la bestia siguió subiendo.
Vilo escuchó preocupado lo que pasaba, pero intentó tranquilizarse. Nadie más vivía en su planta y nadie haría ruido para que subiera el último tramo de escaleras. No había tenido en cuenta que, en cuanto el monstruo entró en el portal, el vecino del cuarto había subido rápidamente y había puesto un petardo justo en su puerta, que explotó poco después de que volviera a su planta y se metiera en su casa dando un portazo para alejar al monstruo de la tercera planta.
La bestia llegó al quinto y, al no escuchar más ruido, dedujo que su presa estaba detrás de la puerta. Vilo no tuvo ninguna oportunidad y prefirió saltar por la ventana antes que morir torturado por la criatura. El monstruo saltó detrás de él, hizo un festín con su cadáver y luego se marchó por donde había venido.
Los vecinos suspiraron aliviados. Se habían quitado de encima a ese miserable y, lo mejor de todo, habían descubierto cómo dirigir al monstruo de forma que no hiciera daño a nadie. Pronto, la ciudad se llenó de aparatos de sonido. Cuando aparecía la bestia, todos se escondían y dejaban que la criatura fuera de aparato en aparato, atraída por el ruido, hasta que salía de la ciudad y de pronto se encontraba, desconcertada, con que su presa había desaparecido.
Pasado un tiempo, el monstruo dejó de aparecer; sin duda, había ido en busca de una población con víctimas menos esquivas.
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