El otro día me di cuenta de que no había publicado todos los relatos cortos de Terral que tenía escritos. Para los que no sepáis de qué va, es un personaje que creé para Adictos a la escritura, con el que hice el primer relato. Luego, fui haciendo más, con la idea de crear con el tiempo una novela compuesta. El proyecto quedó abandonado en favor de otras obras, pero estoy planteándome seriamente retomarlo. Ahí van todos los relatos, por si queréis poneros al día, ya que este es un poco de transición.
Beso
Tener una parte demoníaca
cada día se me hace más difícil. Los controles de la ciudad se han
endurecido y el hechizo que contiene y oculta esa mitad de mis ser se
debilita por momentos. Al principio apenas lo notaba, pero desde que
Adiadne y Vael entraron de nuevo en mi vida parece que ha empeorado.
No creo que sea por su
culpa, aunque sus continuas carantoñas cuando creen que no miro no
ayudan en absoluto a que mis instintos de súcubo se suavicen. Más
bien diría que las sacerdotisas malignas que implantaron el hechizo
en mí han decidido arrebatármelo poco a poco para que me entre el
pánico y me decida a huir de la ciudad.
No pienso caer en su
trampa. Sé que cuanto más tiempo aguante aquí más segura estaré.
También sé que mientras estén centrados en capturarme dejarán de
lado las otras barbaridades que quieran llevar a cabo. Al menos, unas
cuantas. Además, al margen de la tensión que me genera saber que
tarde o temprano mi otra mitad será lo bastante fuerte como para que
la perciban, los meses que he pasado aquí han sido los mejores de mi
vida. Primero, porque por primera vez en mi existencia puedo ser yo
misma. Luego está Norval, de cuya compañía disfruto como nunca
había disfrutado antes. Lástima que no pueda confiarle mi secreto.
Esa confianza sólo puedo tenerla con mis dos socios, que han
demostrado ser tan leales como útiles.
Gracias a ellos mi
pequeña contribución a la ciudad, localizando a seres malignos y
criminales que escapan a los filtros de la ciudad ha empezado a dar
auténticos beneficios. Casi suficientes para dejar mi ocupación
actual en la tienda de magia sin pasar verdaderos apuros. No
obstante, pensando en el futuro y en que tarde o temprano tendré que
huir de la ciudad, prefiero seguir con ambas cosas y ahorrar todo lo
posible. Conseguir buenas rutas de escape seguras no suele ser
barato, y es una de las pocas cosas sobre las que ni yo ni mis
compañeros informamos a los sacerdotes. De todos modos, solo las
usan unos cuantos estafadores, contrabandistas y pilluelos
inofensivos. Los verdaderos enemigos de la ciudad tienen medios de
huida propios, y el resto de los criminales está tan convencido de
que no va a ser capturado que ni se molesta en preocuparse por esas
menudencias.
Estoy informándome
sobre las rutas, que cambian casi cada semana, cuando veo a Norval a
lo lejos. No sé si me ha visto, de modo que no puedo esconderme,
pero hago una seña a mi informante para que desaparezca, cosa que
hace encantado. Le espero apoyada en una pared y me comporto como si
fuera normal encontrarle en los barrios bajos después del anochecer.
—¡Terral! Menos mal
que te encuentro.
—¿Es que me buscabas
a mí? —me sorprendo. No puedo ni llegar a imaginar cómo me ha
encontrado si es así. Y eso es muy preocupante, porque si puede
encontrarme ahora podrá hacerlo cuando huya.
—¿Eh? No, en realidad
no. Pero ha sido una gran casualidad, porque tú conoces la zona
mejor que yo.
—¿Y qué haces por
aquí? —pregunto, infinitamente aliviada por su respuesta.
—Una de nuestras
feligresas vivía por aquí. Hace tres días que no aparece y me
preocupa.
—Sé que te resultará
extraña la pregunta, pero ¿qué sentido tiene que vaya tan lejos a
rezar? Hay como cinco templos entre este barrio y el vuestro.
—Creo que la
avergonzaba pedir caridad, por eso venía a pedir ropa y alimentos
tan lejos —responde. Inmediatamente imagino lo que ha ocurrido.
Probablemente alguien se dio cuenta de que los ingresos de la mujer
no eran suficientes para justificar la ropa nueva y dedujo que la
mujer estaba llevando a cabo actos reprochables. Es probable que
incluso se preguntara en los templos cercanos, que por supuesto
negarían haberle proporcionado ayuda, y la mujer acabaría en
prisión, sospechosa de robo. Aunque el sistema de justicia de esta
ciudad es irreprochable, resulta increíble la cantidad de
injusticias que cometen por exceso de celo.
Le cuento mis sospechas
a Norval y nos dirigimos a los calabozos más cercanos, donde
efectivamente está la mujer. Al menos ahora no tendrá que
preocuparse por la caridad. La indemnización que otorga la ciudad
por esta clase de errores es sustanciosa. Tras arreglarlo todo,
Norval se despide de su feligresa y decide acompañarme, por lo que
doy por finalizado mi trabajo de esta noche y tomo el camino más
directo a casa.
Hablamos de todo un
poco, aunque me doy perfecta cuenta de que está intentando decirme
algo delicado y me preocupo un poco. Cuando llegamos a la puerta, él
se queda mirándome, y si mis ojos no me traicionan se está
sonrojando. Pasado un rato, se me agota la paciencia.
—A ver, Norval. Sea lo
que sea, me lo puedes decir antes del alba —le sonrío, pero cada
vez estoy más nerviosa. Seguro que son malas noticias. Lo bueno
nunca dura.
—Es sólo... intento
reunir el valor para decirte que... estoy enamorado de ti.
Me
quedo atónita, no sé qué responder a eso. Hasta hace poco, para mí
todos los conceptos relacionados con sentimientos positivos eran
sinónimos y todos significaban debilidad. Por supuesto, a estas
alturas soy capaz de diferenciarlos a nivel teórico, e incluso
identificarlos en otros, como Adiadne y Vael, pero soy una nulidad a
la hora de identificar la maraña de emociones que conforma mi parte
humana, tanto tiempo reprimida. Ni siquiera sé si una semisúcubo
como yo puede enamorarse.
—Yo... —me quedo
callada de nuevo y él sonríe.
—No tienes que
contestar. Simplemente tenía que decírtelo —se acerca a mí y me
besa suavemente en los labios. Esto es suficiente para despertar mis
instintos de súcubo por un instante y cuando recupero el control, le
empujo. Me mira con los ojos muy abiertos, desde la pared contra la
que ha chocado.
—Lo siento, yo... —no
puedo seguir, por lo que salgo corriendo. Dudo que me haya
descubierto, porque la barrera de contención que evita que mi parte
demoníaca sea detectada sigue ahí pero, ¿por qué he reaccionado
así, entonces? Hasta que no lo descubra, será mejor que no vuelva a
ver a Norval... ni a cruzarme con ningún otro hombre.
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