Era un mundo de agua, de modo que las naves boonlanas no tenían dónde aterrizar. Mandaron drones submarinos para sondear el planeta en busca de recursos, pero los pocos que consiguieron enviar algo de información y no fueron destruidos por las fuertes corrientes, o por las gigantescas criaturas marinas que campaban a sus anchas, no encontraron más que roca y metales comunes. No tardaron en decidir que el planeta no merecía la pena y se marcharon, dejando en sus mapas una nota que marcaba el planeta como no apto para la explotación comercial o la colonización.
Cuando se fueron, los nativos jajmahl asomaron las cabezas fuera del agua. Hacía siglos, sus antepasados habían huido de la feroz expansión de los boonlanos, que no tenían reparos en destruir civilizaciones enteras si habitaban un planeta de su interés y se negaban a cedérselo. Habían escogido el mundo acuático porque estaba muy alejado de los lugares donde se expandían los boonlanos y no parecía muy atractivo. No obstante, sabían que solo estarían a salvo de ellos por un tiempo y que, cuando agotaran los recursos que tenían más cerca, acabarían llegando.
Hacía muchos siglos de eso y los jajmahl habían evolucionado para adaptarse a su nuevo hogar. Con el tiempo, su verdadero origen se había convertido casi en una leyenda. No obstante, cuando vieron las naves, consultaron las viejas historias y siguieron las instrucciones de sus ancestros: no dejarse ver y destruir todas las máquinas que se acercaran a sus ciudades o a las minas subterráneas de piedras y metales preciosos.
Eso les salvó, pero decidieron no bajar la guardia: si los boonlanos creaban mejores robots acuáticos, o mejores naves, quizás volvieran a intentarlo. Así pues, los jajmahl comenzaron a prepararse para la una posible vuelta de sus enemigos. Siglos después, eso también les salvaría.
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Todos los relatos cortos y personajes de este blog son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia
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