Como os comenté, el nuevo reto de escritura creativa será con las portadas que prediseñé cuando tenía abierta la empresa. Y la primera es muy sugerente, así que solo podía salir un relato corto erótico con ella.
Las noches contigo
Anabel fue directa a la casa de campo desde el aeropuerto, sin pasar antes por casa, porque estaba impaciente por volver a verle. Sabía que Francis no llegaría hasta bien entrada la noche, pero esperarle en el pequeño refugio, tras darse un largo y relajante baño caliente, con sus mejores galas, la ayudaba a hacer más soportable la espera.
Hacía mucho frío, así que decidió encender la chimenea en cuanto llegara, pero nada más abrir la puerta y notar el calor y el delicioso olor, se dio cuenta de que no hacía falta: él ya estaba allí.
Le encontró en la cocina, preparando la cena; nada muy elaborado, aunque aun así era un detalle que se hubiera molestado, puesto que había pasado en un avión casi tantas horas como ella para llegar. Ambos trabajaban para distintas compañías aéreas: él como auxiliar de vuelo y ella como piloto. Eran trabajos interesantes que les permitían ver mundo, pero resultaba casi imposible coordinar los horarios para verse. Por ello, cuando lo conseguían, alquilaban una casita lejos de todo y se encerraban en ella hasta que el deber les llamara de nuevo.
Le observó cocinar mientras seguía el ritmo de la música: era una delicia verle moverse y sintió el deseo crecer dentro de ella. Francis pareció notarlo, porque de pronto apagó el fuego, se giró y se acercó a ella como un felino acercándose a su presa. No dijeron nada, simplemente se lanzaron a los brazos del otro y comenzaron a besarse con ardor, mientras se quitaban la ropa. Francis quedó pronto gloriosamente desnudo y erecto y ella, impaciente, tiró de las prendas que le quedaban para desprenderse de ellas.
Antes siquiera de que cayera la última, él volvía a estar junto a Anabel, besando cada centímetro de su cuerpo. Ella no se quedó atrás y le acarició en sus puntos más sensibles, con el objetivo de enloquecerle y tenerle dentro de ella cuanto antes. Francis no se hizo de rogar; despejó la encimera, la sentó encima y la penetró. Ambos jadearon y, sin dejar de tocarse, comenzaron a moverse al unísono hasta que, primero ella y luego él, llegaron a la cima.
No dejaron de besarse, sin embargo, hasta un rato después, cuando las tripas de Francis comenzaron a rugir. Él se puso un poco rojo y Anabel, consciente de que estaba hecha un desastre, le propuso que acabara la cena mientras ella se daba una ducha rápida. El baño podría esperar; lo que acababa de hacer era mucho mejor.
Se pusieron al día durante la cena; aunque hablaban todos los días a través de la webcam, preferían volver a contarse las novedades en persona. Luego, recogieron los platos y se sentaron frente a la chimenea, donde Francis puso cara de pillo y le dio la gran noticia que había estado ocultando desde poco después de verse por última vez: pronto serían compañeros de trabajo y, al estar en la misma compañía, sería más fácil coordinar sus horarios.
Ella, emocionada, le pidió todos los detalles y, cuando se enteró de que ganaría bastante menos dinero por hacer el cambio, comenzó a echarle una pequeña bronca, pero él la acalló con un beso y le dijo:
-Lo que sea por pasar las noches contigo.
Luego, volvió a besarla más profundamente y ya no pensaron en nada más por un rato: hicieron el amor sin prisas, disfrutando el uno de la otra a sabiendas de que pronto podrían estar juntos más a menudo.
Hacía mucho frío, así que decidió encender la chimenea en cuanto llegara, pero nada más abrir la puerta y notar el calor y el delicioso olor, se dio cuenta de que no hacía falta: él ya estaba allí.
Le encontró en la cocina, preparando la cena; nada muy elaborado, aunque aun así era un detalle que se hubiera molestado, puesto que había pasado en un avión casi tantas horas como ella para llegar. Ambos trabajaban para distintas compañías aéreas: él como auxiliar de vuelo y ella como piloto. Eran trabajos interesantes que les permitían ver mundo, pero resultaba casi imposible coordinar los horarios para verse. Por ello, cuando lo conseguían, alquilaban una casita lejos de todo y se encerraban en ella hasta que el deber les llamara de nuevo.
Le observó cocinar mientras seguía el ritmo de la música: era una delicia verle moverse y sintió el deseo crecer dentro de ella. Francis pareció notarlo, porque de pronto apagó el fuego, se giró y se acercó a ella como un felino acercándose a su presa. No dijeron nada, simplemente se lanzaron a los brazos del otro y comenzaron a besarse con ardor, mientras se quitaban la ropa. Francis quedó pronto gloriosamente desnudo y erecto y ella, impaciente, tiró de las prendas que le quedaban para desprenderse de ellas.
Antes siquiera de que cayera la última, él volvía a estar junto a Anabel, besando cada centímetro de su cuerpo. Ella no se quedó atrás y le acarició en sus puntos más sensibles, con el objetivo de enloquecerle y tenerle dentro de ella cuanto antes. Francis no se hizo de rogar; despejó la encimera, la sentó encima y la penetró. Ambos jadearon y, sin dejar de tocarse, comenzaron a moverse al unísono hasta que, primero ella y luego él, llegaron a la cima.
No dejaron de besarse, sin embargo, hasta un rato después, cuando las tripas de Francis comenzaron a rugir. Él se puso un poco rojo y Anabel, consciente de que estaba hecha un desastre, le propuso que acabara la cena mientras ella se daba una ducha rápida. El baño podría esperar; lo que acababa de hacer era mucho mejor.
Se pusieron al día durante la cena; aunque hablaban todos los días a través de la webcam, preferían volver a contarse las novedades en persona. Luego, recogieron los platos y se sentaron frente a la chimenea, donde Francis puso cara de pillo y le dio la gran noticia que había estado ocultando desde poco después de verse por última vez: pronto serían compañeros de trabajo y, al estar en la misma compañía, sería más fácil coordinar sus horarios.
Ella, emocionada, le pidió todos los detalles y, cuando se enteró de que ganaría bastante menos dinero por hacer el cambio, comenzó a echarle una pequeña bronca, pero él la acalló con un beso y le dijo:
-Lo que sea por pasar las noches contigo.
Luego, volvió a besarla más profundamente y ya no pensaron en nada más por un rato: hicieron el amor sin prisas, disfrutando el uno de la otra a sabiendas de que pronto podrían estar juntos más a menudo.
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