Este relato corto se ha hecho con lo que queda de las palabras recibidas la última convocatoria de Vuestras consignas, mi relato. Ya hice uno con las tres primeras y ahora quedan espeso y sosiego, que mandaron Eva y Be Sincro, respectivamente.
La poción
El profesor de pociones podía decir lo que quisiera: a ella, remover ese asqueroso potingue espeso no le producía ningún sosiego, más bien la ponía nerviosa. Para colmo, tenía un resfriado tan gordo que no podía adivinar, por el olor, si estaba ya lista o no. El libro decía que, cuando alcanzara un color verdoso, fuera tan espesa que costara moverla y empezara a oler mal, había que retirarla del fuego en pocos minutos o se echaría a perder. Las dos primeras condiciones se habían cumplido de sobra; la tercera, a saber. Tal y como estaba, podía tener una mierda de dragón delante y oler exactamente lo mismo que en ese momento: nada.
Barajó sus opciones. Podía pedir que la oliera a un compañero o al profesor, pero ellos no habían acabado y removían sus pociones casi como en trance. O, si lo que se decía de que el gusto y el olfato estaban conectados, podía probarlo, a pesar de que les habían advertido que nunca debían probar las pociones antes de que estuvieran listas... y a veces ni siquiera después. No obstante, no podía fracasar a la hora de entregar ese trabajo: sus notas no debían resentirse por ese estúpido resfriado, así que se llevó el cucharón a la boca...
-De verdad, no entiendo cómo ha podido pasar -dijo el maestro, horas después, cuando el director fue a la sala de pociones, donde una de sus alumnas yacía en el suelo, dormida en un trance mágico que se alargaría varios meses-. Mientras se prepara, esa poción transmite un olor dulzón que te pone en estado de trance que te impide dejar de remover hasta que está lista y empieza a ser un poco fétida. Además, aunque el alumno sea resistente y no entre en ese estado, tiene una pinta tan nauseabunda que nadie en su sano juicio se la llevaría a la boca, por no hablar de que les dijimos mil veces que no deben probar...
-Ya, ya. Todos los inviernos la misma cantinela y nunca sabeis cómo ha podido pasar -le interrumpió el director. Ya no sabía a cuántos profesores había despedido por el mismo problema con la misma poción, estaba claro que alguien quería sabotear la clase. Sin duda, esos tarados que pretendían que solo se enseñara a los alumnos las pociones más básicas.
Por supuesto, también despidió a ese profesor y, convencido de que había conspiradores entre su personal, comenzó a ver traidores por todas partes. Solo cuando se hubo deshecho de la mitad de sus mejores profesores y el prestigio de su escuela cayó en picado, un par de inviernos después, se percató de que todos los alumnos afectados tenían en común un simple resfriado.
Barajó sus opciones. Podía pedir que la oliera a un compañero o al profesor, pero ellos no habían acabado y removían sus pociones casi como en trance. O, si lo que se decía de que el gusto y el olfato estaban conectados, podía probarlo, a pesar de que les habían advertido que nunca debían probar las pociones antes de que estuvieran listas... y a veces ni siquiera después. No obstante, no podía fracasar a la hora de entregar ese trabajo: sus notas no debían resentirse por ese estúpido resfriado, así que se llevó el cucharón a la boca...
-De verdad, no entiendo cómo ha podido pasar -dijo el maestro, horas después, cuando el director fue a la sala de pociones, donde una de sus alumnas yacía en el suelo, dormida en un trance mágico que se alargaría varios meses-. Mientras se prepara, esa poción transmite un olor dulzón que te pone en estado de trance que te impide dejar de remover hasta que está lista y empieza a ser un poco fétida. Además, aunque el alumno sea resistente y no entre en ese estado, tiene una pinta tan nauseabunda que nadie en su sano juicio se la llevaría a la boca, por no hablar de que les dijimos mil veces que no deben probar...
-Ya, ya. Todos los inviernos la misma cantinela y nunca sabeis cómo ha podido pasar -le interrumpió el director. Ya no sabía a cuántos profesores había despedido por el mismo problema con la misma poción, estaba claro que alguien quería sabotear la clase. Sin duda, esos tarados que pretendían que solo se enseñara a los alumnos las pociones más básicas.
Por supuesto, también despidió a ese profesor y, convencido de que había conspiradores entre su personal, comenzó a ver traidores por todas partes. Solo cuando se hubo deshecho de la mitad de sus mejores profesores y el prestigio de su escuela cayó en picado, un par de inviernos después, se percató de que todos los alumnos afectados tenían en común un simple resfriado.
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